Balance veraniego
¡Vaya lunes! Se acabaron las olimpiadas y empezaron la operación retorno -ese eufemismo con el que se enmascara el fin de las vacaciones- y la liga, que es lo mismo que la operación retorno pero a patadas. O sea más claro, agua, amigo lector, le queda casi un año por delante para las vacaciones del año que viene. Pero no se desespere, tendrá tiempo suficiente como para olvidar lo mal que lo pasó en las de este año y para ir soñando con que las del año que viene serán perfectas. Aunque lo peor de todo es que el curso político ya está ahí. Bueno, los cursos, porque son 17+1. 17+1 que hay que multiplicar por su transferida dosis de aburrimiento y por el estomagante cortejo anticipador de inauguraciones, porque para eso hay 17 comunidades autónomas y un Gobierno, que, por cierto, todavía no ha instituido tradición inaugural alguna. Si Aznar declaraba abierta la rentrée jugando al dominó en Quintanilla de Onésimo, Zapatero podría declararla jugando al Trivial en Gernika, pongamos por caso.
Y es que la política es un juego. A veces se parece al del gato y el ratón, disciplina en la que resplandece un tal Maragall, que ahora quiere eurorregionalizar su conflicto para tener más campo donde tenderle emboscadas al pobre gatito Tom. Otras, se parece al del amor; que se lo pregunten si no al romántico Atutxa, que no vacilaría en darle a Otegi un beso de tornillo a nada que éste encendiera una vela. Sí, la vida es la ruleta en la que apostamos todos cuando nos ponemos en plan corrido, o una tómbola si nos ponemos en plan cañí, aunque tanto en una opción como en otra nos toca perder a los mismos.
Pero no nos pongamos tristes. El verano también ha tenido su qué. Para empezar, la canción del verano se ha llamado chatarra, ya saben, ese amasijo de hierros de mucha tecnología que daba el cante en las cunetas de Euskadi. Contaba Kapuscinski que había visto acumularse coches destrozados en una carretera etíope porque nadie los retiraba, pero no sé si el dato valdrá como para africanizarnos; lo que sí es seguro es que Kapuscinsky vio más, por ejemplo un socavón. Cierto día se abrió un cráter enorme en una carretera de otro lugar de África y en él se precipitaron varios coches. Acudieron las asistencias médicas, acudieron los mecánicos a reparar los vehículos, acudieron los peones camineros y, como era excesivo el tajo, la cosa duró varios, muchos días; y como aquella gente necesitaba comer, beber y un sitio donde descansar, en menos que canta un gallo había nacido un poblado alrededor del agujero. Moraleja, nada hay más importante que los socavones para que nazcan los pueblos, ¿adónde iríamos nosotros sin ese agujero primigenio que Ibarretxe pretende obliterar con su chapapote? Porque esa ha sido la otra murga veraniega: lo importante que va a ser septiembre para algo que empieza por "p".
Aunque lo mejor del verano es que Euskadi ha logrado su primera medalla de oro olímpica. Sí, como lo oyen. Tenemos una tele tan impagable que abrió el telediario de la noche del 26 anunciando a bombo y platillo que habíamos sacado el oro así, con un par, sin estar inscritos en las olimpiadas y sin haber destinado un duro a prepararlas ni retransmitirlas. Evidentemente, durante los más de diez minutos que dedicaron a la noticia no se vio a los regatistas Iker Martínez y Xabier Fernández escuchar desde lo alto del cajón el himno que no correspondía, ni a Iker Martínez invitar a los Reyes de una potencia extranjera y ocupante al podio.
Claro que, al fin y al cabo, todavía estábamos de vacaciones, y ya se sabe: en vacaciones hay que mantener la ficción de que lo estamos pasando bien, por no decir de miedo. Pero eso sería mentar la soga en casa del ahorcado o, como quien dice, en uno de esos alojamientos con encanto donde puede que se hayan hospedado para pasar desapercibidos los dinamiteros de la campaña del norte. Por cierto, la del bonito también ha ido mal. Y, hablando de bonito, no representa ningún consuelo que las ministras hayan posado para el cuché. ¿Verano? No, gracias.
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