Lectura 82.856
De la lectura se ha dicho que es una "espera decepcionada". Lo leo por lo alto; en el sentido de que un buen libro siempre dice más que su voz pronunciada. Plantea una curiosidad que se va multiplicando y diversificando; que trasciende los límites escritos y se vuelve por ello, por esa extranjería con lo que la ha provocado, insaciable; inagotable en las respuestas que el propio texto da. Leída por lo bajo, sólo significa frustración. Que las expectativas previas al contacto con la obra no se cumplen, O que una vez contactada, la curiosidad que provoca se agota volando por ser su contenido inconsistente. O se sacia porque la obra es materia espesa, maciza, sin hueco para las resonancias.
Hace unos días leí aquí mismo un reportaje sobre Manifesta 5, titulado "82.855 lecturas", una por cada visitante contabilizado. Aprovecho para sumar la mía; mi espera decepcionada de segundo nivel: expectativa previa frustrada (la cobertura preparatoria de la bienal de arte contemporáneo alentaba el optimismo); y poco alimento para la curiosidad en el planteamiento conceptual o formal de la mayoría de las obras presentadas (no de todas, pero su bondad queda ahogada en el conjunto).
De Manifesta 5 salgo cabizbaja por la sensación de un arte triste; o átono; sin magia. O monologante; que se agota en la representación de su propio sentido. Como si el sentido fuera la significación. Pero no lo es. Significar no es entenderse sino dar a entender, alumbrar fuera de sí, a lo lejos. No es el caso. Se me clarea (sobre todo después de leer el catálogo) el lo que quiero decir, el cómo veo la realidad de la mayoría de los proyectos expuestos. Percibo mucho peor el impacto de esa visión sobre esa realidad. Impacto como revelación de un ángulo inédito, de un saber o una emoción irreversibles (hachas contra nuestro hielo interior, que dijo Kafka).
Salgo de allí con una curiosidad sin remover; con preguntas que ya llevaba, que Manifesta 5 simplemente actualiza, y que se encuadran en un debate más genérico. Preguntas como en qué se quedarían muchas obras contemporáneas sin el concurso de la técnica, sin lo que las máquinas resuelven por sí mismas. O dónde se sustentaría su prestigio artístico sin el prestigio social, ético o político que de por sí tienen las causas que intentan representar. Y preguntas acerca de las inciertas fronteras del arte; trazadas hoy tantas veces de fuera a adentro. Qué criterio o estrategia decide, por ejemplo, exhibir aquí Route 181, un interesantísimo documental sobre Israel, cuando en otros lugares se ha visto en el cine o en la televisión, en las condiciones y posibilidades de una recepción y un debate muy distintos. Ese reportaje de las 82.855 lecturas recogía las críticas que el público está oponiendo a Manifesta, junto con opiniones como éstas: "los visitantes extranjeros, más acostumbrados a este tipo de arte, aprecian la muestra más que los locales". O, aunque la crítica profana sea mala, la especializada es buena. Discrepo (habré leído otros cuadernos de comentarios y reseñas), pero admito la relación entre recepción satisfactoria, fértil, y formación cultural; y que en ese campo tenemos aún tarea. Y por eso lamento la dejadez pedagógica de la bienal. Lo poco que se ha hecho para facilitar el acceso del público a las obras (o lo que se ha hecho para complicarlo).
Faltan, a mi juicio, paneles-guía; el material de acompañamiento es escaso, limitado a las transcripciones de algunos vídeos y a las sinopsis de un arduo folleto-manta. La convivencia lingüística está mal resuelta. Las visitas guiadas se reducen a dos por semana y sede (una en euskera y otra en castellano el mismo día); no hay grabaciones audio para suplir esa escasez. El catálogo es laberíntico; y sólo hay un ejemplar de consulta (que en muchos casos sólo se puede hacer de pie) en cada lengua. La señalización de algunas sedes deja mucho que desear; y no ayuda el que el plano diseñado al efecto sea un mapa mudo.
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