Desastre cinegético en Sierra Morena
El incendio que arrasó casi 8.000 hectáreas en Jaén se ceba con las explotaciones de caza y reabre la polémica de los vallados
Las grandes dehesas de encinas y de otras especies autóctonas del bosque mediterráneo que se extienden por toda la franja norte de Jaén han sido las más dañadas por el incendio que esta semana ha arrasado casi 8.000 hectáreas, y que ayer aún no se había dado oficialmente por extinguido, aunque sí está controlado.
Pero si el impacto paisajístico va a ser tremendo en una comarca que empezaba a despuntar con singulares iniciativas de turismo rural, peores aún van a ser las consecuencias para la economía de estos pueblos. La industria oleícola mantiene aún su hegemonía, pero la caza se ha convertido en los últimos años en un excelente complemento de la renta de unos pueblos enclavados en el principal tesoro cinegético del sur de la Península. Las monterías mueven cada año más de 60 millones de euros en Andalucía, de los que buena parte se generan en las fincas de Sierra Morena de Jaén y Córdoba. A falta de una valoración más exhaustiva, ya se habla de que este año se han abortado más de 30 monterías en los pueblos afectados por el incendio, lo que supone más de dos millones de euros de pérdidas directas para los promotores de las mismas (incluyendo el pago de los puestos y el sueldo de rehaleros, arrieros, maestros de sierra y secretarios), y otros tantos por lo que dejarán de ingresar los hoteles y restaurantes de la comarca. Todo ello, sin contar con la inversión que ha comprometido el Gobierno andaluz en reforestación y repoblación de la zona afectada. "En estos pueblos hay una auténtica cultura social en torno a la caza, y ahora todo ha desaparecido para varios años", decía resignado Ramón Padilla, presidente de la sociedad de cazadores de Santisteban del Puerto.
Al menos 30.000 reses de caza mayor, principalmente ciervos, y en menor medida, gamos, jabalíes y muflones, correteaban hasta el jueves por las innumerables fincas públicas y privadas de estas sierras, que se extienden desde el entorno de Despeñaperros hasta la comarca de El Condado, en el límite con Ciudad Real. De la noche a la mañana ese hábitat ha desaparecido. Los guardas forestales y los cazadores no se ponen de acuerdo a la hora de dar cifras, pero aseguran que centenares de animales han perecido, muchos de ellos calcinados al quedar atrapados en cercados y vallados cinegéticos, y otros asfixiados al apelotonarse mientras buscaban, despavoridos, una huida que resultó infructuosa.
Este duro golpe a la fauna ha reabierto la polémica sobre los efectos perniciosos de las vallas cinegéticas que circundan la mayoría de fincas privadas y públicas. "Se le están poniendo puertas al campo", se lamenta Javier Moreno, de Ecologistas en Acción, que censura que muchos empresarios construyan "auténticos búnkeres y, en ocasiones, vallados electrificados". Con todo, Moreno critica el vacío legal para los vallados que afectan a la caza mayor, y admite que muchos animales murieron debido al estrés provocado al verse rodeados por las llamas. Los empresarios se defienden y creen que estas vallas contribuyen a criar buenos venados y, por ende, riqueza en los pueblos, al tiempo que permiten luchar contra el furtivismo.
Para los animales que han logrado sobrevivir, el escenario que ahora se les presenta no es muy alentador, ya que dos terceras partes de la superficie quemada corresponde a matorrales y pastizales, que les servían de alimento. Si a eso se le añade la superpoblación de ciervos en algunas fincas privadas, el futuro más cercano se presenta lleno de sombras para la fauna de la zona.
A Juan Valdivia se le saltaban las lágrimas al presenciar cómo el fuego había acabado con casi la mitad de las 1.000 hectáreas de su propiedad, El Navazo. Y no era para menos. La suya era una finca de lujo (con puestos de caza a más de 3.000 euros), y el año pasado se llevó la Caracola de plata, un premio que los cazadores de toda España otorgan a las mejores monterías. Algo parecido le ha ocurrido a Juan Monjardín, un agente de bolsa madrileño que es el dueño de la mayor envidia cinegética de la zona: La Alameda, una finca de 6.000 hectáreas que, según el alcalde de Santisteban del Puerto, José Álvarez, "era el último reducto de bosque mediterráneo de Sierra Morena" y que ahora ha quedado devastada en un 75%. Monjardín está indignado con la Administración de andaluza porque desde hace tiempo le viene demorando los permisos para construir una presa que sirviera de alivio para los animales y, de paso, contribuir a la prevención de incendios.
A Valdivia y Monjardín se les abre ahora el mismo interrogante: ¿Qué hacer para garantizar la supervivencia de los animales? Manuel Fernández, guarda forestal desde hace 27 años, y que se conoce como la palma de la mano estas sierras, urge a llenar de alfalfa y maíz las zonas donde ha desaparecido todo el pastizal, "para evitar la concentración de animales en las zonas de pastos, con las consecuencias negativas que tendría la superpoblación".
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