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Reportaje:ESCAPADAS | Castro del Freillo

Tras las huellas de los Celtas

Las ruinas de un gran poblado vetón resplandecen en la solana de Gredos, junto a la aldea abulense de El Raso

Como la historia la escriben los vencedores, la imagen que de los vetones que nos han transmitido los historiadores romanos es la de unos apaches que se lavaban con orines, que creían que un hombre debía guerrear a todas horas, salvo las imprescindibles para dormir, y que profesaban a sus jefes una lealtad perruna, o devotio, hasta el extremo de suicidarse cuando éstos caían en combate. Esto consignaron los notarios de un imperio que, después de subyugar a las bárbaras tribus de Iberia, extendió sus dominios hasta el Rin usando no agua de rosas y pacíficas razones, sino escuadrones de jinetes vetones.

No es, desde luego, la imagen de una mísera reserva de salvajes la que impresiona la retina de quien visita el castro del Freíllo, sino la de un enclave extenso -20 hectáreas- y profusamente urbanizado -300 casas-, capaz para 1.500 personas. Una cifra que, para aquel tiempo -entre los siglos III y I antes de Cristo- y lugar -la sierra de Gredos-, se antoja importante. Incluso escandalosa, si se considera que hoy sólo la superan 17 de los 248 pueblos que hay en Ávila, incluida la capital, y es justo el triple de la población que tiene El Raso, anejo de Candeleda, junto al que yacen las ruinas.

El poblado dominaba visualmente el valle que fertiliza el río Tiétar y los montes de Toledo

Desde El Raso, una sinuosa carreterilla conduce, en un par de kilómetros, hasta el emplazamiento del castro, que es soberbio. En la falda del Almanzor, que descuella 2.000 metros más arriba, y sobre la garganta de Alardos, que corre 200 metros más abajo, erigíase el poblado dominando visualmente el inmenso valle que fertiliza el río Tiétar -hoy represado en el embalse de Rosarito-, los montes de Toledo y la sierra de Guadalupe. Al socaire de las más altas cumbres de Gredos, gozaba de un clima benigno y de buenos pastos. Por no hablar de la defensa que le prestaban semejante foso, el Alardos, y semejante guardaespaldas, el Almanzor. Inmejorable elección que demuestra que sus autores eran celtas, pero no cortos.

De los tres sectores en que está dividido el yacimiento, el de mayor interés es el más cercano al final de la carretera. En él se puede apreciar cómo las casas se alineaban y adosaban formando calles y manzanas, con un sentido de la urbanización más que incipiente. Casas de muros de tapial, apoyados sobre un zócalo de mampostería de granito, y cuya estancia principal consistía en una cocina, con banco corrido alrededor del fuego, donde se comía y se dormía al revoltijo, ofreciendo una estampa de infinita incomodidad, pero no muy distinta de la que, hasta bien entrado el civilizadísimo siglo XX, se veía en las ventas de media España.

En este mismo sector se han reconstruido fielmente dos casas, con su porche y su techumbre de madera cubierta de piorno, que recuerdan vivamente los viejos chozos pastoriles que aún se estilan en la sierra de Gredos.

Otra prueba de que los vetones no eran unos cafres es el hallazgo de varios hornos para la fundición del cobre, así como de un tesorillo de plata, en el vestíbulo de una de las viviendas, compuesto por un torques, un brazalete, una pulsera, una fíbula y cinco denarios.

El poeta Silo Itálico se horrorizaba de la brutalidad de aquellos indígenas que "luchan entre sí cuando no existe contrincante exterior". Ciertamente, no fue para luchar contra ellos mismos que levantaron las murallas de casi dos kilómetros y tres metros de espesor cuyos restos afloran, impresionantes, tanto en la zona alta del yacimiento -castillo- como en la inferior -puerta sur-.

Tampoco contra los arévacos, vacceos, lusitanos y carpetanos que rodeaban el territorio vetón (la actual Ávila y buena parte de Zamora, Salamanca y Cáceres). Sino contra Roma, que en el siglo I antes de Cristo los sojuzgó y los expulsó a la llanura. Pero la historia la escriben los vencedores, sobre todo cuando el perdedor no sabe escribir.

Canoas, caballos y 'quads'

- Cómo ir. El Raso (Ávila) dista 180 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Extremadura (A-5) hasta Oropesa, por la CM-5102 hasta Madrigal de la Vera y por la C-501 hacia Candeleda.

- Qué ver. Castro celta del Freillo. Abierto todo el día. Entrada gratis.

- Alrededores. En Candeleda (a 7 km): casco antiguo, santuario de Chilla, centro de naturaleza El Vado de los Fresnos y embalse de Rosarito. En Poyales del Hoyo (a 13 km): aula museo Abejas del Valle. En Arenas de San Pedro (a 27 km): grutas del Águila.

- Comer. Alardos de San Juan (teléfono, 927 56 50 33): croquetas de jamón y conejo al ajillo; 12 euros. Ropino (tel. 920 38 97 88): migas, patatas revolconas y chuletón; 15 euros. Los Castañuelos (Candeleda; tel. 920 38 06 84): judías carillas y cabrito asado; 30 euros.

- Dormir. Alardos de San Juan (teléfono, 927 56 50 33): 24 habitaciones con vistas a la boscosa garganta de Alardos; 60 euros. Ropino (tel. 920 38 97 88): hermosa casa de piedra con 8 habitaciones dobles (45 euros) y 4 apartamentos (90 euros). El Higueral de la Sayuela (tel. 670 23 28 14): 3 apartamentos con jardín, piscina y barbacoa; 60 euros. Chozos de Tejea (tel. 920 37 73 06): 6 habitaciones de agradable sabor rústico, en una amplia finca; 57 euros. Más alojamientos, en www.turismoruralgredos.com

- Actividades. Vivetiétar (tel. 920 37 18 17): descensos y travesías en canoa por el río Tiétar. La Peña del Toro (920 38 01 73): paseos a caballo. Quads Candeleda (620 13 11 90): rutas en quad.

- Compras. Muérdago (Castro Celta, 3): réplicas de cerámicas y armas celtas, libros y productos naturales. Gigantea (Fuentearriba, s/n; Poyales del Hoyo): artesanía en cartón piedra.

- Más información. Oficina de Turismo de Candeleda: Camilo José Cela, 2; teléfono 920 38 11 64. En Internet: www.valletietar.com

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