Una tía con telepatía
Si hay algo que me preocupa profundamente desde la Presidencia del Gobierno es la infancia, y su futuro, lógicamente, la edad adulta. Es bien sabido que el programa de televisión que más ven los niños españoles es Ana y los siete. Por lo que yo recuerdo de mi propia infancia, y por lo que tengo observado en mis hijas, los niños reales no se parecen en nada a los niños de la serie. Ahora bien, dado que el aprendizaje de los niños se basa en la imitación, es muy posible que poco a poco los niños reales se vayan pareciendo a los de la serie de televisión. Estaríamos ante una mutación, ante un nuevo paso en la evolución de la especie, camino del Homo anaobreguensis. En estas circunstancias, me planteo: ¿es lícito apoyar políticas de apoyo a la natalidad?
-A ti los sabios de la tele te recalientan la cabeza, José Luis -me regañó Consuelo Rumí, desde la mecedora de enfrente.
-¿Y tú cómo me has adivinado el pensamiento? ¿Eres telépata?
-Qué telépata ni qué requequé. Pero si eres más transparente que que que que que yo qué sé, José Luis.
-Tal vez estemos ante el fin de los niños, Consuelo.
-No te pongas apocalíptico, hombre. Además, inmigrantes nunca nos van a faltar.
-¡Qué horror! ¿Qué tortuosas sendas sigue el destino para que un niño nacido en el África subsahariana acabe en Vigo diciendo: "Jo, mami, yo no quiero ir a la boda de papá", después de ver la reposición de Ana y los siete?
-No frivolices con ese tema de los inmigrantes, que que que me tiene a mu mal dormir. Y que sepas que en Economía se hacen los remolones. Yo no me corto. Yo se lo digo: o me dais la tela o hablo con José Luis, porque este tema es muy del Presidente.
-¿Y qué te dicen?
-Que hable con el Presidente, que es lo que estoy haciendo.
-Vaya hombre. No, si al final voy a tener que presidir el Gobierno.
-A ver.
-A mí me gustaría que las piezas fueran encajando sin necesidad de arbitrar ni mediar entre ministros ni secretarios de Estado.
-Tú lo que quieres es escurrir el bulto.
-No, señor. Mido los tiempos.
-Será eso.
Me balanceé profundamente en mi mecedora, frente a la secretaria de Estado de Inmigración. La desafortunadísima política de inmigración de Aznar nos ha dejado un lastre que sólo podremos solventar con un acuerdo de Estado.
-Ya, José Luis. El problema es que para ti todo son acuerdos de Estado.
-¡Que no me leas el pensamiento!
-¡Pero si me lo pones delante...!
-¿Pero tú no quieres un acuerdo de Estado sobre inmigración?
-Que sí, pero que tú todo lo arreglas así: educación, cultura, terrorismo, sanidad, televisión, el centenario del Quijote y el precio de las gambas. Todo acuerdos de Estado y comités de sabios.
Rumí siempre me hace reír. Pero me había dado una buena idea.
-Ni se te ocurra -se adelantó Rumí- crear un comité de sabios para la inmigración.
-¡Que no me leas el pensamiento, leche!
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