_
_
_
_
Pie de foto / EL PAÍS 17 de octubre de 2003 | ESTILO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Algo no encaja

Juan José Millás

Esos ojos que parecen indagar si hay vida más allá de la muralla cardenalicia pertenecen a un anciano que se hace llamar Juan Pablo II y que está convencido de ser el representante de Dios en la Tierra. No es el único, pero es uno de los más influyentes. Por su palacio pasan reyes, príncipes, jefes de Estado, primeros ministros, banqueros, cantantes, empresarios..., y todos le llevan la corriente, como si se tratara de una pretensión absolutamente normal. Lo curioso es que en 25 años de pontificado no ha recibido a un solo mendigo. Claro, que los mendigos tampoco le piden audiencia, cosa rara si pensamos que era la clase social favorita de Cristo. Es todo muy extraño, como que Dios no pueda soportar que la gente se divorcie, que los científicos experimenten con células madre, que los jóvenes usen condón, que los homosexuales y lesbianas tengan los mismos derechos civiles que el resto de las personas, o que los cónyuges hagan el amor con concupiscencia. Cuando un político visita oficialmente Cuba, los periódicos dedican sus primeras páginas y sus editoriales a fustigarlo, pues Castro representa uno de los rostros más crueles y pintorescos de las dictaduras contemporáneas. Pero cuando ese mismo político visita al Papa, que dirige una institución misógina, machista, homófoba y reaccionaria, nadie dice nada, todavía no hemos logrado comprender por qué. Este mismo año, sin ir más lejos, el príncipe Felipe y la princesa Letizia, representantes de un Estado laico, fueron a verle y se arrodillaron ante él y besaron su mano. Por si fuera poco, la princesa llevaba una mantilla negra y una peineta que evocaba la tétrica imagen de las señoras de todos los ministros de Franco, que solían visitarlo de tal guisa. Se nos pusieron los pelos de punta al pasar la página del periódico porque parecía que estábamos pasando una hoja del álbum familiar.

Más tarde, fue a verle el propio Zapatero, al que riñó por haber negado a la Biblia el mismo estatus científico que a la Biología, y por permitir la venta de la píldora del día después, entre otros asuntos que, increíblemente, también sacan de quicio a Dios. Zapatero, que acababa de inaugurar un Gobierno paritario, no le preguntó, en cambio, por qué las mujeres no pueden ser obispas cuando ya son princesas e ingenieras y escritoras y médicas y presidentas del Gobierno. Pero no es que no se lo preguntara Zapatero, es que no se lo pregunta nadie, no sabemos si por no llevarle la contraria o por miedo a que les responda y la audiencia se prolongue media hora más. El caso es que cuando piensas en el respeto absurdo (y no correspondido) con el que medio mundo se dirige al Vaticano y con el que el otro medio se dirige al FMI, comprendes por qué estamos como estamos, o sea, mal.

(Me pregunto qué diría Dios, caso de existir, de estas líneas. Aunque supongo que no diría nada porque son unas líneas inocentes, es decir, perplejas, pero honradas. Los sucesivos representantes de Dios, sin embargo, además de colaborar siempre con las dictaduras más sangrientas, han llevado a la hoguera a miles de personas por escribir reflexiones más inocuas, si cabe, que la mía. Algo no encaja).

REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_