En la senda de los anillos
Para bien y para mal, El señor de los anillos se ha convertido en el modelo a seguir en el cine épico y muchos acabarán pagándolo. Como Jerry Bruckheimer y Antoine Fuqua, productor y director de El rey Arturo, aceptable revisión del mito artúrico cuyo mayor defecto es la sensación de ya vista que deja en demasiadas secuencias.
Así, el director de fotografía coloca el molde de la saga de Peter Jackson y el compositor Hans Zimmer calca los ecos celtas con sonido Enya de Howard Shore, con lo que el envoltorio es casi una fotocopia. Sin embargo, lejos del encantador cartón piedra de Los caballeros del rey Arturo (Richard Torpe, 1954) y de la profundidad de autor de Excalibur (John Boorman, 1981), David Franzoni (Gladiator) ha escrito el acertado retrato de unos hombres en busca de su destino: una ventura que ellos creen en forma de libertad, pero que, como bien afirma Lancelot, no es más que la lucha eterna de un pelotón de Ulises empeñado en el regreso a la tierra amada. Un dibujo con ecos de Los siete magníficos (tampoco está muy lejos del espíritu de John Sturges) en el que también influye el gran reparto de actores europeos.
EL REY ARTURO
Dirección: Antoine Fuqua. Intérpretes: Clive Owen, Keira Knightley, Ioan Gruffudd. Género: aventuras. EE UU, 2004. Duración: 130 minutos.
En él debe, además de la deuda con los anillos, la absurda concesión a la galería cárnica que supone poner a luchar a hombres como carros repletos de armaduras defensivas y, en cambio, colocar a la chica dando espadazos con un top con el que las mujeres del siglo V no hubiesen ni soñado.
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