Maestral: El G-19
Para comenzar nos sirvieron una magnífica coca, continuamos con la agradable tostada de tomate confitado, luego la correcta brandada de bacalao cubierta por fresco gazpacho. Después compartimos una manita de cerdo ibérico, con su puré de patata, y continuamos con un salado -de mucha sal, no de gracioso- arroz seco de bogavante, que dio término a una abrupta comida porque nuestros vecinos de mesa, un grupo de diecinueve comensales, decidieron que no era bueno que el local gozase del silencio y había que organizar el escándalo, que subir el tono de la voz y gritar desaforadamente los cánticos convenientes a las celebraciones de cualquier signo, léase: bodas, bautizos, comuniones, jubilación, imposición de la medalla al trabajo o, en fin, efemérides varias.
...El precio pagado por el menú -dos simples aperitivos y un Rioja- fue de 125 euros...
El recuerdo se mezcla con el asombro al reflexionar sobre lo acaecido, al comprobar la ineficacia y falta de rigor profesional de los encargados del restaurante Maestral, que cometieron a nuestro juicio, sucesivamente, todos los errores que la ocasión propiciaba.
Tales hechos deben ponderarse, por supuesto, advirtiendo en la crítica el tipo de local, su prestigio profesional y, como no, también el precio. Si Maestral está considerado un referente en nuestra Comunidad Valenciana, si le fue concedida -pienso después del trance, que por la gracia divina- una estrella Michelín, y si el precio pagado por el menú expuesto -más dos simples aperitivos y una botella de Rioja, sin postres ni licores, ni puros ni cafés- fue de 125 euros para dos personas, la crítica debe de ser formal y no cabe rebajarla por ningún tipo de razones comerciales ni humanitarias.
No es posible comprender como un restaurante de estas características es capaz de contratar un servicio como el que comentamos si no dispone de salones privados, que amortigüen la previsible bacanal de ruidos, o esté dispuesto a cerrar el local para dar en exclusiva la comida de celebración.
Pero dando por supuesta la necesidad de cumplir lo acordado en un momento de ofuscación o de disminución de la clientela, lo que no parece aceptable es que se haga convivir, en el ajustado espacio donde se desarrollaba el evento, a los celebrantes con otras personas totalmente ajenas a la fiesta y que, cabe suponerlo, tienen sus propias ideas de cómo desean que se desarrolle su comida cuando van a tan renombrado lugar.
Ni mucho menos privilegiar, por razones sobre las que no hago conjetura, a unos clientes sobre otros, despreciando el lógico orden de las reservas y acomodando, si es el caso y los comensales -advertidos- así lo aceptan, a aquellos que reservaron los últimos o llegaron de improviso en el lugar de mayor riesgo auditivo.
Y como final del lamento, es inaceptable que la propiedad no intente poner coto a los desmanes que produce en los comensales la ingestión del alcohol y la abultada compañía, ya que los partícipes en una reunión de esas características se consideran investidos del derecho a molestar a los conciudadanos sin que nadie ose aplacar sus desvaríos ni intente someter a la razón lo que es fruto de una malentendida forma de expresar la emoción o la alegría. Ante ese injusto pero habitual comportamiento, los encargados de la sala no pueden pasar ante los otros comensales mirando pero no viendo, haciendo ojos estrábicos que parecen asombrarse de los techos y de los suelos -tantas veces por ellos observados- cuando pasan junto a los atribulados clientes, a los que sonríen en un rictus que denota disculpa pero no arrepentimiento, ni mucho menos ánimo para solucionar el enredo. Valga el comentario no tanto como critica de un hecho puntual, sino como expresión palpable de los modos -o de la falta de ellos- que se advierte en nuestra restauración pública. Y también -háganme la merced- como intento de liberación personal.
Restaurante Maestral. Calle de Andalucía, 18. Vistahermosa (Alicante). Teléfono: 965 26 25 85
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