El despertar de la conciencia
Tres madrileños cuentan por qué viajaron el pasado mes de julio a países en vías de desarrollo y cómo se han sentido al volver
Inquietud. Para la Real Academia Española (RAE) significa "falta de quietud, desasosiego y desazón". También lo relaciona con "alboroto y conmoción". Pero sin duda alguna, la definición de la RAE que más se ajusta al contexto del voluntariado es la que hace referencia a la "inclinación del ánimo hacia algo". Y es que este tipo de inquietud es, precisamente, la que reside como un okupa en el interior de los madrileños que, año tras año, deciden aprovechar sus vacaciones para viajar como voluntarios a un país en vías de desarrollo. Puede que ninguno de ellos cambie el mundo, pero todos viven una experiencia muy enriquecedora.
Para canalizar todas esas inquietudes, en Madrid se encuentra Setem, una ONG -organi-zación no gubernamental- cuyas coordinadoras del equipo de cooperación, Loli Blanco y Yolanda Alonso, definen como "apolítica, aconfesional y con el objetivo de sensibilizar a la población". Para ello, esta asociación, que cuenta con siete empleados, 85 trabajadores voluntarios y más de 500 socios, "tiene contrapartes nativas en distintos países de Asia, África y, sobre todo, Latinoamérica". De lo que se trata, afirman, "es de que durante el mes de estancia los voluntarios vivan una experiencia de intercambio cultural para que vuelvan sensibilizados con la realidad de esos países".
Es un intercambio cultural en el que el voluntario conoce a fondo la realidad de los pueblos visitados
En toda la Comunidad, en el primer semestre de 2004, se apuntaron más de 300 personas, de las que acabaron viajando 73. Este año, el 76% son mujeres, el 77% trabaja y el 69% tiene entre 26 y 35 años. Son, en su mayoría, personas que "no aceptan lo establecido, idealistas, inconformistas". Son personas que quieren darle "un sentido a su existencia" para escapar "del vacío que fomenta la sociedad materialista en la que vivimos". Son así y lo dicen alto y claro. Su voz es la prolongación de su pensamiento.
Aunque las acciones dignas no necesitan una finalidad que las justifique, Emilio del Rosal viajó a Nicaragua para "saber más acerca de la problemática del desarrollo". Para eso, este madrileño de 23 años, licenciado en Psicología, trabajó lo suyo hasta reunir los 1.500 euros que le costó en total la aventura. "Por supuesto", añade, "también lo hice como experiencia personal". Carla Asmarats tiene 21 años y estudia Derecho. Ella fue a Honduras porque "sentía la necesidad de conocer otras realidades". Nuria López, por su parte, tiene 34 años, trabaja limpiando casas y asegura que el haber estado en varios países centroamericanos se debe a "la inquietud por conocer" que le acompaña desde niña. Ésas son las explicaciones que dieron a las personas de su entorno. Pero, como las inquietudes humanas no responden a la llamada de la razón, sino a los impulsos del corazón, siempre se sintieron "incomprendidos".
Y es que son muchos los que no entienden cómo alguien puede gastarse el dinero para pasar el verano en condiciones engorrosas, en vez de disfrutar del confort que ofrecen las agencias de viajes. Son muchos los que se preguntan por qué alguien tiene que desplazarse hasta tan lejos para ayudar a los más desfavorecidos, cuando hay barrios de Madrid donde la pobreza tiene nombre y apellidos. "En nuestra sociedad", opina Emilio, "abunda la ignorancia y la inconsciencia". Ése es el motivo por el que "demasiados", paralizados ante el muro de los prejuicios, "son incapaces de comprender que vayas allí si no es para poner inyecciones o construir puentes", señala. Son "ideas preconcebidas", que se expanden a través del canal del desconocimiento.
Antes de desplazarse hasta un país en vías de desarrollo, los voluntarios están obligados a asistir a unos cursos de formación. Se trata de tres encuentros en los que expertos en globalización, desarrollo y cooperación internacional dan conferencias que, como explica Carla, "suelen derivar en interminables debates". Aunque el objetivo de estos cursos es fomentar la reflexión, a Emilio le gustaron porque le sirvieron como "rodaje" previo. "Te dan una visión general del mundo", añade Nuria, "aunque por mucho que te cuenten, tienes que vivirlo para comprenderlo".
Puede que en los viajes turísticos las fotos sean el reflejo de lo presenciado. Pero cuando uno, además de ver, "comparte", "conversa", "convive" y, en definitiva, "siente el calor humano" de otra cultura, las imágenes se quedan cortas a la hora de plasmar "todo lo que se ha sentido". Así lo describe Carla, para la que su estancia en Honduras "ha sido lo mejor" que le "ha pasado en la vida". Por su parte, Emilio reconoce que las personas que conoció en Nicaragua le dieron "una lección de vida", pues, a pesar de la pobreza, "la mayoría era feliz con lo poco que tenía". A Nuria, por su parte, le dieron una lección, pero esta vez "de humildad", algo que le ha marcado: "Ahora sé qué cosas tienen importancia y cuáles no merecen que me preocupe".
Y todo ello es fruto de un mes de intercambio que Emilio recomienda vivir para "valorar realmente lo que tienes y para ser consciente de los verdaderos problemas que hay en el mundo".
Setem Madrid. Gaztambide, 50. Teléfono: 902 012 838.
Tres cartas y un muñeco de peluche
"¿Una experiencia altruista? Yo no lo veo así". Carla es de las que fueron a Honduras con la intención "de dar todo lo que tenía dentro", pero que al volver a casa se dio cuenta de que había "recibido mucho más" de lo que dio.
Cuenta que una vez instalada en Tegucigalpa, cuando terminaban las clases del colegio del barrio donde vivía, decenas de niños se acercaban para saciar sus ansias de jugar con extranjeros. "Hubo uno de ellos, Lester, al que le cogí mucho cariño". Lester, de siete años, "siempre me saludaba con un abrazo y yo le daba muchos besos", explica. Cada día pasaban "unas horas juntos". Charlaban, jugaban, reían. En definitiva, intercambiaban sus respectivos puntos de vista de una forma "tierna e inocente". Lester "es un chico muy listo", opina, "mucho más espabilado que los niños de aquí".
"Poco a poco nos fuimos encariñando, hasta que, desgraciadamente, llegó la hora de volver a España". Carla recuerda que el último día "Lester no dejaba de llorar". El niño, consciente de su marcha, le había escrito "tres cartas preciosas". En ellas le contaba, entre otras cosas, "lo mucho que se alegraba" de haberla conocido. Pero sin duda alguna, lo que más le "impactó" fue que también le regaló un peluche con forma de pez. Y mientras se lo daba, Lester le dijo: "Es mi mejor juguete y por eso quiero que lo tenga usted. Así, cada vez que lo vea, se acordará de mí. Y pensar eso me hace muy feliz". Carla, por su parte, no lo olvidará "jamás".
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