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ASTE NAGUSIA
Columna
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Fiestas a la parrilla

Ya está otra vez en Bilbao la Aste Nagusia, vuelve otra vez la emulsión de líquidos, sabores y personas. La bronca arranca con el multitudinario fervor que se congrega en torno al chupinazo y al pregón. Del chupinazo hay poco que decir, habida cuenta de su estricta ejecución. Tiene más de símbolo que de otra cosa. Son los fuegos artificiales los que darán auténtico barroquismo a la pólvora. El chupinazo es sólo un campanazo, la delimitación del tiempo festivo, la línea definitiva que marca el antes y el después. La multitud colabora en la ficción con inédito entusiasmo. Parece que a partir del petardo inaugural todo el mundo se reconoce eufórico; rompe a gritar, a saltar y a bailar. La multitud congregada ante el Teatro Arriaga adquiere el aire zoológico, animal, característico de todas las fiestas agosteñas del paisito.

Parece que a partir del petardo inaugural todo el mundo se reconoce eufórico

Del pregón se añora una mayor altura, si bien es cierto que las masas que lo escuchan no parecen lo suficientemente serenas como para aguantar lindezas literarias. Este año el privilegio ha correspondido a Julio Ibarra, el periodista de ETB, que durante un tiempo pareció contrarrestar por si solo, con la sola ayuda de sus cuerdas locales, el masivo ataque de la Brunete mediática.

Quizás eximido ya de tan altas responsabilidades, tras el nuevo aire conciliador que ha traído el presidente ZP, Julio puede descansar. Bien es cierto que sigue aficionado, en sus crónicas, a la apostilla final, al comentario subjetivo, como en un innecesario estrambote de opinión con el que cierra las informaciones. La verdad es que el periodismo oral suscita estas licencias, unas licencias que no toleraría el papel escrito: una vez el bueno de Julio se permitió colocar a un cargo público, en prime time, "al borde del abismo". Lo cierto es que a tal abismo nunca llegaron a empujar al interesado en cuestión, pero nadie se lo recordó al agorero.

El pregonero se adorna, de unos años a este parte, con un curioso uniforme, vagamente dieciochesco, pasado por lo bananero. Contrasta con el atavío popular de la chupinera, que utiliza una txapela que en este país nunca utilizaron las mujeres. En este caso, la chupinera se pasó la ceremonia puño en alto (Julio también imitó el gesto, brevísimamente, a modo de estrambote opinativo), pero nada de esto suscita ya sorpresa: sólo una especie de vasta resignación.

La fiesta saltó de pronto, con todo su ímpetu tonal, con el masivo desconcierto de otras veces. Los termómetros marcaban poco menos de cuarenta grados, con lo cual el Arenal se había convertido en una gigantesca parrilla. La metáfora podría ir más lejos, ya que todos los cuerpos congregados llevaban ya su correspondiente rebozado de harina. De haber subido un poco la temperatura, podríamos haber asistido a una auténtica fritanga. Mucho calor para estas fiestas, y sólo cabe esperar que por la noche refresque, una ley cantábrica que siempre ha hecho de nuestro agosto algo mucho más llevadero.

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De otro modo, al recalentamiento general del planeta se le añadirá un punto de hervor especial: el de una Aste Nagusia pasada por agua de Bilbao, con sesos subidos de tono y de temperatura. Que ustedes lo pasen bien.

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