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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Melilla como aviso

Lo ocurrido el pasado domingo en la frontera de Melilla debe considerarse una llamada de atención. Ese día, varios cientos de inmigrantes subsaharianos que desde hace meses viven semiocultos en un monte próximo a la frontera, a la espera de una oportunidad para cruzarla, se lanzaron en avalancha contra las vallas -algunos pertrechados con las más rudimentarias escaleras- erigidas hace cuatro o cinco años para tratar de hacerla menos permeable. No hubo males mayores, pero pudo haberse producido cualquier desgracia: hay demasiados factores azarosos en juego cuando una masa de 400 o 500 personas desesperadas se lanza, en un frente de cien metros, al asalto de una valla de tres metros de altura defendida por agentes armados.

Unas 40 lograron pasar, pero lo que les espera es apenas mejor que aquello que querían dejar atrás. Porque en el interior de la ciudad otros cientos de inmigrantes sin papeles se hacinan en condiciones higiénicas y sanitarias lamentables en chabolas, o tinglados de cartón y tablas que ni siquiera llegan a serlo, erigidos en las inmediaciones del centro de acogida temporal donde otros esperan su repatriación o traslado a centros de acogida en la Península.

Esta situación, y la similar de Ceuta, es sobradamente conocida: viene siendo denunciada por las organizaciones humanitarias, y también por la Iglesia, que realiza una importante acción asistencial sustitutoria. También fue denunciada por el PSOE cuando estaba en la oposición. Se acusaba a la derecha de aplicar el criterio ruin de que un trato más digno atraería a más irregulares.

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Por supuesto que eso puede ocurrir, y que ello obliga a tomar medidas de otro orden. Pero el problema humanitario realmente existente no desaparecerá por dejar de mirarlo. Las condiciones de vida de esos cientos de inmigrantes indica una situación de emergencia extrema para la que un Estado civilizado debe tener respuestas que no se limiten a elevar de tres a seis metros la altura de las vallas o a reforzar la presencia policial en la frontera, por más que sea prudente hacer ambas cosas.

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