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Ciencia recreativa
Columna
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Virus antivirus

Javier Sampedro

Félix d'Herelle nació en Montreal en 1873, estudió Medicina en París y Leiden y se largó a Guatemala para dirigir el laboratorio de bacteriología del hospital municipal. A los 36 años volvió a París para refrescar su microbiología en el Instituto Pasteur y, cinco años después, al estallar la Primera Guerra Mundial, el Ejército francés le pidió que examinara a uno de sus escuadrones de caballería que estaba viéndose diezmado por un virulento brote de disentería. Empezó por hacer unos cultivos bacterianos con las diarreas de los soldados. Uno de los cultivos se mezcló accidentalmente con un vial viejo que D'Herelle guardaba en su laboratorio. En ese cultivo, las bacterias murieron de manera fulminante.

El vial venía de unos experimentos que había hecho cinco años atrás. Estaba cultivando una bacteria que causaba gastroenteritis en los insectos. Las placas de cultivo eran de una gelatina transparente. Cuando las bacterias crecían sobre ellas, las placas se volvían opacas. Pero, en una de esas placas, D'Herelle observó unas calvas, unos circulitos trasparentes sobre el fondo opaco. Supuso que serían zonas donde, por alguna razón, habían muerto las bacterias. Tomó muestras de las calvas, las metió en viales y se olvidó del asunto. Hasta el afortunado accidente de ahora. Fueran lo que fueran aquellas calvas, su contenido parecía capaz de matar también a una correosa bacteria de la disentería humana.

D'Herelle profundizó en sus viales y demostró que contenían algún tipo de agente biológico, o un "microbio invisible", tal y como lo describió inicialmente. Después precisó que se trataba de un virus, y lo denominó "bacteriófago": literalmente, virus devorador de bacterias. D'Herelle se esforzó por aplicar sus bacteriófagos a la medicina, pero sus resultados fueron modestos, y pronto se vieron superados por los deslumbrantes antibióticos del doctor Fleming. Con todo, el Gobierno soviético contrató a D'Herelle para montar varios institutos de investigación dedicados a los bacteriófagos. Los científicos rusos saben ahora mucho sobre estos virus. La medicina tradicional hindú, por otro lado, los ha utilizado durante siglos con otros nombres.

Por el contrario, la lucha occidental contra las infecciones se ha basado desde la Segunda Guerra Mundial casi exclusivamente en los antibióticos. Sólo ahora, cuando el abuso de esos medicamentos ha generado cantidades masivas de bacterias resistentes, los ciberpunks de la biología han vuelto a fijarse en los bacteriófagos. The New York Times informaba el 18 de mayo sobre GangaGen, una joven empresa dedicada a los bacteriófagos con doble sede en San Francisco y Bangalore. El nombre de la empresa hace referencia al río Ganges, cuyas aguas contienen virus capaces de matar a la bacteria del cólera. Su fundador, el científico Janakiraman Ramachandran, anuncia los primeros ensayos clínicos en India para este mismo año. Otra firma con sede en Baltimore, Intralytix, está utilizando bacteriófagos para fabricar conservantes alimentarios que maten a la salmonela.

Los bacteriófagos, o fagos a secas, fueron claves en los orígenes de la biología molecular. En 1952, Alfred Hershey y Martha Chase pintaron de un color el ADN de un fago y de otro color su envoltorio de proteínas. El fago se pegó a su víctima bacteriana y le inyectó su material genético para poder replicarse dentro de ella. Hershey y Chase vieron que el color de la proteína se había quedado fuera de la bacteria, mientras que el color del ADN se había inyectado dentro. Éste fue el experimento que demostró que el ADN es la molécula que contiene la información genética. Un año después, Watson y Crick descubrían la doble hélice del ADN.

Quizá su próxima aplicación sea informática. La mejor forma de luchar contra los gusanos informáticos podría ser crear virus gusanófagos. Seguro que los rusos ya tienen alguno.

LUIS F. SANZ

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