_
_
_
_
Pie de foto | EL PAÍS, 28 de noviembre de 2003 | ESTILO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La falsa víctima propiciatoria

Juan José Millás

Justo en el momento de mayor sensibilización frente al pirateo de discos y de zapatillas deportivas y de pantalones vaqueros, se presentó Bush en Irak con el pavo falso de la foto. No sabemos si lo compró en un top manta o si se lo hicieron de encargo los servicios secretos, pero lo cierto es que, pese a que dan ganas de comérselo, se trataba de una copia de plástico con la que celebró tan ricamente, en compañía de sus soldados, el Día de Acción de Gracias. Las crónicas nunca llegaron a aclarar si los soldados se tragaron el bicho. Pero sí se habían tragado las mentiras patrióticas por las que se estaban jugando la vida (y perdiéndola en muchas ocasiones), tampoco era cuestión de hacer ascos a una réplica de tanta calidad. Quiere decirse que lo más probable es que se comieran el pavo junto a la guarnición, que parece también sintética, aunque está muy lograda.

No sabemos si los productores de pavos auténticos protestaron, como los dueños de las discográficas, ante lo que era una intromisión desleal en la industria de las víctimas propiciatorias. Tengan en cuenta que ese pavo falso no había necesitado comer piensos ni pasar revisiones veterinarias ni ocupar un espacio precioso en una granja avícola. Digamos, por entendernos, que no había pagado derechos de autor. Y sin embargo, Bush consiguió con él idénticos efectos emocionales a los que provoca un pavo de verdad. Observen, si no, el gesto de arrobo de los soldados ante su comandante en jefe, siempre en el caso de que se trate del verdadero comandante en jefe, porque si los piratas saben duplicar una cosa tan compleja como un pavo asado, cabe suponer que no tendrían ninguna dificultad en obtener una réplica de un mecanismo tan simple como Bush. A decir verdad, esto es lo que más nos sorprendió: que se pusiera en duda la autenticidad del ave y no la de su portador. Si hoy día se copia todo (los pavos, los libros, los discos, las películas, los perfumes de Dior, las auténticas cazadoras Lewis, los bolígrafos Parker, los relojes Rolex, las gafas Ray Ban...), ¿por qué no se iba a copiar a un presidente con un vocabulario tan escaso?

En un mundo como Dios manda, la falsificación de la ofrenda animal en una fecha tan señalada para los norteamericanos le habría costado el puesto a Bush y a todo su equipo (¿se imaginan ustedes a Abraham ofreciendo en sacrificio a Dios un cordero de plástico?). Sin embargo, el gesto de Bush fue vendido al electorado como una travesura, sin que nadie llegara a preguntarse cuál era, a partir de ahí, el límite de la mentira. ¿Se puede mentir sobre la verdadera naturaleza de una víctima propiciatoria y decir la verdad sobre la naturaleza de una guerra? Alguien con la sangre fría suficiente como para falsificar un fetiche gastronómico que será primera página de todos los periódicos del mundo ¿va a tener escrúpulos a la hora de falsificar unos documentos secretos que sólo van a ver unos cuantos? ¿Laura Bush es de carne y hueso o se trata de una muñeca hinchable? ¿Tiene el presidente de EE UU intereses económicos en la industria del plástico? Todo son preguntas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_