_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pasar por caja

El mundo es un mercado, un centro comercial lleno de cosas, abarrotes y público que no se cierra nunca, salvo en caso de muerte o incendio. El mundo, a pesar de los versos de Guillén, está mal hecho. Lo han construido igual, con los mismos materiales falibles, inflamables, de ese supermercado de Ycuá Bolaños, en la ciudad paraguaya de Asunción, que ardió como la yesca hace unos días. Por el momento suman 465 las víctimas mortales del incendio. Los heridos son más de 400. Mientras escribo algunos habrán muerto: lo que quedaba de ellos habrá muerto. Los equipos de rescate que entraron a última hora al crematorio cuentan que se podían apreciar restos humanos adheridos a los mostradores. Eso es lo sustancial y lo revelador: nuestras huellas (sus huellas) sobre los mostradores y las cajas de la zona de pagos. Somos carne de caja de centro comercial y el morir abrasados o asfixiados en uno de estos templos del liberalismo es una posibilidad menos remota de lo que desearíamos y, en fin, una plausible hipótesis mortal.

Hay que pasar por caja. Hay que pagar. Eso debió pensar para su coleto el dueño del supermercado, Juan Pío Paiva, cuando supuestamente dio la orden de cerrar las puertas del infierno para que nadie se marchara de allí sin abonar sus compras. ¿Cabe comportamiento más mezquino? ¿Cabe comportamiento más conforme a la lógica implacable del comercio y el mundo contemporáneo? Hay que pagar. Las únicas fronteras que valen son las que forman las cajas registradoras de los supermercados, flanqueadas por arcos antirrobo y guardias de seguridad.

Hay que pagar. Tenían que pagar los clientes del súper de Asunción y tenían que pagar, al parecer, los respetables miembros de la comisión promotora de la candidatura de Londres para los Juegos Olímpicos de 2012. Ivan Slavkov, miembro del Comité Internacional Olímpico, está acusado de comerciar con la venta de votos favorables a la candidatura británica. El dinero, nos dicen, es la clave para lograr los votos de algunos tribunales. Usted pasa por caja y afloja la discreta cantidad de cuatro millones de euros y su ciudad quizás pase a engrosar la geografía olímpica. Sucedió hace dos años con la candidatura de Salt Lake City como sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002. La cuestión es pagar, pasar por caja. ¿Quién en su sano juicio podía pensar que nuestro ex presidente iba a obtener su famosa medalla por la cara? Hay que pasar por caja.

Los clientes del súper de Asunción pagaron con su vida un paquete de arroz, o un pedazo de carne de cordero. El importe fue desproporcionado, pero a veces los precios suben sin previo aviso. Es el mercado. Nadie dijo (sólo un poeta feliz y alopécico) que el mundo esté bien hecho.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_