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Reportaje:MARRUECOS, A 14 KM DE ESPAÑA

El largo y duro camino de la mujer

En Marruecos tienes que cegarte un ojo. El ojo de admirar la belleza, de contemplar paisajes, de valorar exotismos. Deja libre únicamente el ojo que sirve para indagar en la realidad de las personas. De lo contrario, tu entendimiento se cegará. Y ahora mismo, en lugar de ver a Malika, yo no contemplaría sino la tierra roja, pletórica de olivares y -estamos en el Medio Atlas- de matas de plantas grasas, pequeños cactus agrupados como un millón de dedos en cuyas puntas crece la flor de la que se extrae una miel tan fuerte que no sirve para la pastelería, y que se usa para ungüentos o para comerla con pan. Hay también almendros -esto parece Tarragona, o Sicilia, o aquella Creta que conocí antes de la avalancha turística-, y un cielo bruñido como una placa de turquesa.

Las mujeres marroquíes miran a la cercana España, que pudo desprenderse de un pasado patriarcal
Bouayach dice que el nuevo Código Familiar es un avance, pero que aún no hay datos sobre su aplicación
Jalaq, presidente de Pateras de la Vida: "El integrismo saca partido allá donde impera la miseria"
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Marruecos, a 14 kilómetros de España

Malika es mucho más hermosa que el paisaje: es buena. Una mujer bereber de apenas 40 años, casada desde hace dieciocho con un buen hombre que para poco en su hogar, lo que -sospecho- le convierte en doblemente bueno. "Siempre está en su camión, yendo a Agadir y a Yadida y regresando con verduras que vende en el mercado de Demnate, los domingos; y en otros de los alrededores, el resto de los días de la semana. Los chicos le acompañan, le ayudan. Ninguno quiere estudiar, pero son buenos". Los chicos son los tres hijos habidos de su matrimonio, uno tras otro. Van tras sus cosas de hombres, y por eso Malika cuida de la hija de otra.

Malika parece desconcertada cuando le pregunto por las mejoras que el joven rey introdujo, en enero pasado, en la Mudawana, antiguo Código de Estatuto personal, convirtiéndolo en un reglamento familiar mucho más moderno y adaptado a las necesidades de la mujer marroquí. Se encoge de hombros Malika. Lo que ella desearía es una ley de adopción que le permitiera quedarse con Wafa, de tres años, hija de una muchacha de un pueblo cercano que emigró a una ciudad del norte para ganarse la vida y volvió embarazada. Malika sólo puede tutelar a la niña -la ley marroquí, como en general las leyes de los países musulmanes, no conciben la adopción: siempre hay parientes que pueden quedarse con el crío; en este caso no los hay-, cuidar de ella y permitir que su madre biológica venga a verla. "Así tiene dos madres, una del vientre y otra del corazón, y cuando sea mayor, si quiere, que elija. Wafa y yo hemos pasado muy buenos ratos juntas", sonríe, acariciando a la pequeña. Pero la nueva Mudawana nada dice acerca de elegir entre dos madres: bastante ha costado conseguir que los niños de padres divorciados puedan decidir, a los 15 años, a cuál de sus progenitores quieren como custodio. De eso hablaré, en Rabat, con Amina Bouyach, miembro del comité nacional de la Organización Marroquí de Derechos Humanos, que fue secretaria del ex primer ministro socialista Abderramán Yusufi.

Pero vayamos por partes. De momento, estoy en Demnate, alto Atlas Central, tierra de bereberes y en donde el río Maseru ha cavado a lo largo de los siglos una especie de puente natural que permite al curioso descender a la profunda garganta por donde transita -no seré yo quien lo intente- y que se llama (el puente natural) Imi-n-lfri, lo que en bereber significa Puerta del Abismo, definición bastante aproximada de su agreste peligrosidad. En Demnate, el guía turístico, Mustafa, tiene 36 años y está soltero. Él es árabe: forma parte de la minoría. Es un hombre diplomático: "Aquí las relaciones con los bereberes son buenas. Cuando un árabe se casa con una bereber, lo celebramos". Sin embargo, él prefiere hacerlo con una prima, igual que ha hecho uno de sus hermanos. A pesar de que es hombre relativamente instruido -tiene el título de guía: pero no de primera clase, no maneja bastantes idiomas, por eso se queda aquí, en las cañadas; de lo contrario sería funcionario en el Ministerio de Turismo-, tampoco sabe demasiado acerca de la nueva Mudawana. Tanto él como Malika, y gran parte de la población rural, la más iletrada -así como las masas de mano de obra barata que se arraciman en los suburbios de las principales ciudades-, necesitarían que les contaran lo que se legisla en dariya, el dialecto marroquí que habla la gente de la calle (ya no digamos los bereberes: en cualquiera de sus tres lenguas), que prácticamente todo el mundo habla y entiende. Pero los debates y programas de televisión, los periódicos, se han referido al Código de Familia recién estrenado en el árabe moderno para uso universal, que pertenece a las capas sociales que manejan o entienden los manejos, o a las élites de luchadoras que, precisamente por ilustradas -a quienes el integrismo islámico, su gran enemigo, llama "occidentalizadas"-, han invertido años de su vida en la lucha por mejorar las condiciones de vida de su propio sexo.

En ningún otro lugar del mundo árabe se da como en el Magreb la contradicción entre lo femenino aceptado como una posesión patriarcal que garantiza la supervivencia del grupo en su acepción más retrógrada, y lo femenino que trata de respirar -y lo ve posible- en un medio asfixiante. Es, soterradamente, una lucha por la individualidad, algo que no se nombra, del mismo modo que no se cataloga como feminismo, pues eso sería como señalar a la bicha. Pero las mujeres avanzadas de Marruecos saben. Y miran hacia nosotros, a la Península, que pudo desprenderse de un pasado rígidamente patriarcal, mayoritariamente rural, y de un integrismo católico que había sometido a las mujeres mediante el reparto alterno de dosis de adulación y de rígidos mandamientos.

Amina Bouayach pertenece a las élites luchadoras que, desde finales de los ochenta y a pesar de militar en partidos políticos progresistas, empezaron a formar asociaciones para reivindicar estrictamente los derechos de la mujer, asfixiadas por el hecho de que a los partidos dicha situación les importaba más bien poco. En la cafetería del Hilton de Rabat, su mera presencia -y la de sus hijos, chico y chica apenas adolescentes- es un tónico. Dinámica e inteligente, recuerda aquellos días agitados: "Hubo por entonces, paralelamente al movimiento asociativo de las mujeres, numerosas investigaciones, a nivel de universidad, sobre todo en Rabat y Casablanca, que se centraron en la situación de la mujer". Es una larga historia de protestas y derrotas, de pequeños avances y retrocesos. "En 1992, se recogieron un millón de firmas en favor de la prohibición de la poligamia, la supresión del tutor, la igualdad de derechos y obligaciones para los cónyuges, la instauración del divorcio judicial y la tutela de la mujer sobre los hijos". Para Bouayach, la gran estrategia consistió en el uso de los instrumentos internacionales de derechos humanos. Hubo una reacción brutal de los que se decían islamistas y eran, y siguen siendo, sobre todo, retrógrados. Hassan II introdujo pequeños cambios en la Mudawana, que, desde 1957, pesaba como una losa sobre la mujer y la ponía en situación de repudio, miseria o absoluta dependencia del marido o cualquier varón de su familia, incluso un hijo. "Pero cuando, en 1993, Marruecos ratificó la convención de lucha contra toda forma de discriminación de las mujeres, alcanzamos un elemento muy importante para realizar los cambios que queríamos: en lo económico, lo político y lo sociológico; y en la armonización con el derecho internacional".

Todo este trabajo de termitas "condujo a que, el 19 de marzo de 1999, el Gobierno de alternancia del socialista Abderramán Yusufi", prosigue Amina, "presentara el Proyecto de Desarrollo de la Mujer, que comprendía cuatro capítulos principales y reagrupaba la casi totalidad de las reivindicaciones de las mujeres, es decir, el acceso al campo político, económico y social, la educación, la salud y la reforma del estatuto jurídico". De nuevo protestas, de nuevo ulular de ulemas. Mohamed VI, sin embargo, aprovechó el ichtihad propuesto por las asociaciones de mujeres, es decir, la elaboración de un dictamen independiente, basado en las cuatro fuentes de la jurisprudencia islámica, para adecuarla a las necesidades del mundo real. Y así fue como se promulgó el nuevo Código de Familia, en enero de este mismo año. Aparentemente, con el islamismo moderado relativamente tranquilo.

No así el otro, el integrismo que saca partido allá donde impera la miseria. Así me lo dijo, en Tánger, Abdel Jalaq, presidente de Pateras de la Vida, con sede en Larache, e involucrado en un montón de asociaciones y proyectos de ayuda: "Eso nos ocurre siempre, la oposición de los integristas. En Guadalupe, un barrio de aluvión que se llama así en homenaje a un culebrón suramericano que iba de una toma de terreno, tuvimos la oposición de los islámicos; sobre todo, no soportan que hagamos nada por la mujer".

No son tontos. Como nuestros curas integristas, saben que las sociedades avanzan por el batir de alas de sus mujeres libres.

"Tumban todos los proyectos de mejora", explica Amina Bouayach. "Los microcréditos, todo". Pero ahora, añade, la Mudawana es un avance, el Código Familiar pasa por los tribunales. "¿Y la aplicación práctica?", pregunto. "¿Qué ocurre en los juzgados, cuánto tardan los jueces en decidir un divorcio, en obligar al padre a responsabilizarse de los hijos aunque su ex mujer vuelva a casarse, o a reconocer la paternidad de un hijo nacido fuera de la legalidad?". Por nombrar algunas de las cosas importantes que han cambiado con la nueva Mudawana. "Hay una comisión de seguimiento nombrada por el Parlamento, no tenemos datos aún...". Entonces Amina habla de su propio divorcio, que se está produciendo. Lo hace con entera libertad, en presencia de sus hijos. "Ha sido difícil. Está siendo difícil. Yo soy una privilegiada, una mujer conocida, que puedo acudir a mucha gente. Pero imagine lo que les ocurre cuando la mujer que se divorcia no tiene ingresos, y pasan meses y esos niños no tienen qué comer".

Más tarde, en Casablanca, Nabila Munib, profesora de endocrinología en el departamento de Biología de la Universidad Hassan II, miembro del Consejo Universitario (un 15% de mujeres), representante sindical de dicho centro de enseñanza superior; miembro también del Consejo de Universidades que toma todas las decisiones concernientes a dichas instituciones, así como del Consejo de Instituciones... Cuando termina de enumerar los puestos que ocupa por méritos, y por los que ha batallado con talento, uñas y dientes, sigue por lo político: es miembro del comité central del equivalente de la Izquierda Unida de Marruecos, nacido de la unión de cuatro partidos marginales y que sólo cuenta con cuatro diputados, "ninguna mujer, por desgracia". ¿Por qué? "Porque, a la hora de la verdad, los hombres se apresuran a ponerse ellos mismos en los primeros lugares, y yo me niego a meterme en la cola, sólo para justificarles".

Mucho camino por recorrer. Para los hombres marroquíes, pero mucho más para las mujeres. "Sin embargo", ha dicho Amina, durante nuestra conversación en Rabat, "es un camino sin retorno. Pagues el precio que pagues por él. Las españolas lo sabéis muy bien".

Una última pregunta para Amina: "Una mujer sola, que no quiera casarse, una profesional que no desee tener hijos, ¿qué pinta en Marruecos?". "Nada. Absolutamente nada. No es nadie".

Una boda en Castillejos.
Una boda en Castillejos.PEDRO ROJO
En la página de la izquierda, una mujer con su cuerpo totalmente cubierto, en el barrio Ued Dahab (de Salé).
En la página de la izquierda, una mujer con su cuerpo totalmente cubierto, en el barrio Ued Dahab (de Salé).PEDRO ROJO

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