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Columna
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Otra galaxia

A veces no se sabe por dónde va a llegar la luz. Pero ése es el juego de las estrellas y los astros: la luz llega y se posa e ilumina lo que a nuestros ojos no era sino sombra. Quién me hubiera dicho que yo vería esa luz en un balón de fútbol. Donde yo sólo veía, cuando menos, el tedio de un movimiento incomprensible o banal y, cuando más, una afición bronca o violenta, una mitificación exacerbada e invasora, una transacción de proporciones desmesuradas. Sólo eso ha sido siempre el fútbol para mí. Hasta que conocí a Isaac.

Isaac nació en Logroño hace veintisiete años. A los tres, sus padres le abandonaron en un hospicio, donde se crió hasta los trece. Entonces le trasladaron a un piso tutelado y allí vivió hasta los dieciocho, la mayoría de edad. Cuando has tenido unos padres, un cuidado, un hogar, la mayoría de edad supone que has adquirido las herramientas necesarias para poder ser independiente, el fundamento suficiente para, por ejemplo, poder ejercer tu derecho al voto y decidir el destino político de tu país: eres un adulto, un hombre, un ciudadano. Cuando no has tenido unos padres, un cuidado, un hogar, la mayoría de edad supone que te ponen de patitas en la calle el día de tu cumpleaños y, sin apoyo alguno ni protección detrás, tienes que buscarte la vida: siendo un adulto inseguro y solo, un niño grande, un ciudadano sin techo. Isaac se fue a Zaragoza a buscar curro. Su casa fue un albergue y curro no encontró, así que dice que le dio por venirse a Madrid. Y a mí me da por imaginar qué soñaría Isaac que encontraría aquí, si ese hogar que nunca tuvo, esa casa decente de ciudadano que vota por el bien común, al menos ese curro para empezar. Encontró calle, eso sí, y más albergues. Y una parroquia, la del Perpetuo Socorro, que le ofreció compartir otro piso tutelado. Así que las cosas no iban del todo mal e Isaac comenzó a encontrar trabajos temporales: limpieza nocturna del metro, mantenimiento de un campo de golf, asistencia a un vigilante jurado. Hasta novia con techo encontró Isaac. Y un par de amigos policías que cumplieron con su sueño y buscaron a sus padres: la madre había muerto en Valencia y el padre, alcohólico y toxicómano, estaba preso por robo y asesinato. Fue la primera vez en su vida que Isaac sintió que había tenido suerte: la de haber sido abandonado y no haber acabado peor de lo que empezó.

Pero lo que pasa cuando tu casa y tu curro son precarios es que las cosas pueden torcerse, y los males nunca vienen solos. Por falta de medios hubo que cerrar el piso de la parroquia justo cuando acababa el contrato de trabajo, si es que había. Isaac aguantó en una pensión hasta que no pudo pagarla. Había llegado de nuevo el día en que el ciudadano Isaac, el del hospicio, el hijo del presidiario, mayor de edad, sólo tenía la calle. Como Juan Carlos, el Chino, o José Pablo o Rubén, como Modesto y José María y Antonio y Félix. Nombres que han pasado por la ludopatía o las drogas o el alcohol o, simplemente, han tenido muy mala pata en la vida. Pero la vida también devuelve a veces lo que quitó o nunca dio, y ahora esos ocho nombres reciben otras patadas, las que ellos mismos dan a un balón que supone esa luz de esperanza en un futuro mejor. Son el equipo español que hace pocos días representó a España en Gotemburgo (Suecia) en el II Mundial de Fútbol Calle para Personas sin Hogar, organizado por la Red Internacional de Periódicos de Calle y apoyado en España por la Fundación RAIS (Red de Apoyo a la Integración Social) y la revista Mil Historias, que coordina el equipo. No se trata de conseguir contratos astronómicos, ni de convertirse en estrellas del papel couché. Ni siquiera se trata de ganar. El objetivo es que estos ciudadanos de cuarta división alcancen, a través del deporte, una vía de integración sociolaboral, que adquieran un sentimiento de pertenencia, que recuperen la ilusión. Desde noviembre, 25 personas sin hogar acuden semanalmente a la cita de sus entrenamientos. Para algunos es su único plan y acaso la única ocasión de relacionarse con otros más allá de las miserias cotidianas. Su galaxia es muy lejana a la de Beckham o Ronaldo o Raúl, y, sin embargo, está más cerca de nuestra órbita que la de esos galácticos: cualquiera podría alcanzarla con bajar a la calle y prestar atención. Posiblemente ellos nos ofrezcan un gran espectáculo humano y nos metan un gol.

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