La Estatua de la Libertad se abre otra vez a Manhattan
Miles de personas visitan el gran símbolo de Nueva York, que ayer abrió sus puertas después de permanecer tres años cerrado por seguridad.
Estadounidenses excitados y orgullosos, japoneses con mapa, cámaras y aire de despiste, y decenas de parejas con niño. Éste era el perfil de la gente que invadió en masa la Isla de la Libertad, en Nueva York, donde reside desde hace 118 años Lady Liberty. La Estatua de la Libertad recibió ayer visita por primera vez desde los atentados del 11-S, fecha que la hizo caer en desgracia. Aunque por motivos de seguridad este monumento nacional permaneció cerrado desde entonces, su poder simbólico se vio reforzado por los ataques terroristas, que enfatizaron su carácter de faro de la libertad, algo que casi todos los que se paseaban ayer por la isla insistían en recordar como si fuera una consigna oficial. "Me emociona poder estar tan cerca de ella, y es importante apreciarla, sobre todo en estos momentos en los que nuestra libertad está siendo amenazada". Jane Miller, una turista de Connecticut, acompañada por sus dos hijos, se refería a la nueva alerta terrorista que ha sido impuesta en Nueva York y otras ciudades el pasado domingo. "El miedo no nos puede frenar. Por eso he venido", afirmaba, mostrando con orgullo las tres entradas que había reservado dos días antes por Internet. Otros, como Patricia Mitchell, habían tenido la suerte de comprar su entrada en el momento, aunque tendrían que esperar cinco horas para ver el interior de la dama. "Ya la vi hace veinte años, pero no me importa repetir. El terrorismo no me da miedo, los norteamericanos somos valientes", aseguraba.
En el monumento se han invertido 6,7 millones de dólares para mejorar sus medidas de seguridad
Ése era el mismo argumento expresado el lunes por Craig Manson, asistente del secretario de Seguridad de Nueva York, quien justificó no retrasar la apertura de la estatua: "Hay que demostrarle al mundo que no se puede intimidar a la libertad". Frases similares inundaron ayer el acto de inauguración de un monumento en el que se han invertido 6,7 millones de dólares para mejorar su seguridad.
Los turistas que abordan el ferry que lleva a la isla tienen que pasar un primer control similar al de los aeropuertos. "Esto es lo de siempre, el país está paranoico, supongo...", comentaba, mientras hacía cola ante el detector de metales la italiana Francesca Motti. Y tenía razón, ya que este paso no es una novedad: ha sido así desde diciembre de 2001, cuando la Isla de la Libertad volvió a admitir visitantes, aunque su única ciudadana, Lady Liberty, no estuviera accesible para el gran público. Pero ahora el proceso se repite también en la propia isla, con sofisticados sistemas para encontrar explosivos en la ropa de los despistados turistas a las puertas de una estatua, que sin embargo, sólo se podrá visitar parcialmente. Por motivos de seguridad, la dama de hierro no ha podido hacer una verdadera puesta de largo, ya que su acceso está restringido a su pedestal y nadie podrá subir a contemplar Manhattan desde las 25 ventanas de su corona. "Qué desilusión. Yo creía que podríamos sacar fotos desde allí arriba", se quejaba Rush Mckinzie, una de las niñas del Young People Chorus of New York, encargado de cantarle a la estatua durante la inauguración el imprescindible God bless America (Dios bendiga a América) y un par de temas compuestos con motivo del 11-S. Give us hope (Danos esperanza) y Light inside (Luz interior). Este último canto parecía hecho a propósito para este monumento de 125 toneladas y 46,5 metros de altura, ya que parte del capital invertido en mejorar su seguridad y su aspecto se ha destinado a crear un moderno sistema de iluminación. Gracias a él los turistas sí pueden desde ayer entrar en el pedestal en el que reposa y observar su interior a través de un cristal instalado a sus pies. En esa estructura de piedra de más de 25.000 toneladas de peso también se custodia con mimo un museo con la historia de su vida. "Nos la regalaron los franceses para darnos las gracias por la libertad, ¿verdad, papá?"; Jack Wolf, de apenas seis años, buscaba la mirada de aprobación de su progenitor, Rick, un turista de Kentucky a quien no le importó hacer más de tres horas de cola el día antes "para enseñarle a mis hijos uno de los grandes símbolos de América".
Llegada por mar en 1886, la estatua es, efectivamente, un regalo hecho por el Gobierno francés al estadounidense para conmemorar el aniversario de la independencia norteamericana y expresar su admiración ante su lucha por la libertad de los oprimidos. Ideada por el escultor Frederic-Auguste Bartholdi, tuvo muchos problemas de financiación, lo que retrasó su entrega más de 10 años, ya que la idea inicial era instalarla en Nueva York en 1876, justo un siglo después de la declaración de independencia.
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