La iglesia de los gays

El mismo día que el Vaticano condena el feminismo y la homosexualidad he visto un arco iris colgando de una iglesia (protestante) en el corazón homosexual de la capital de un país que pretende no discriminar a nadie por razón de su orientación sexual. Nunca habrá una bandera gay en el Vaticano, un Estado que se rige por la sistemática discriminación maniquea entre católicos y paganos, buenos y malos, cielo e infierno. Al infierno los que fornican por placer y se preservan a sí mismos del sida o la paternidad no deseada. Al infierno los homosexuales que pretenden ser buenos esposos y padres.

Aquí no cabe la bula que la Iglesia paga en otras partes del mundo para acallar los escándalos del sexo que se cubre de sotana. Quizás sólo el sexo homosexual es católico cuando se practica bajo una cruz y sobre un niño, pero es ofensivo para la fe cuando se practica libremente entre adultos.

Ojalá fuera heterosexual para experimentar la rabia que se siente cuando tu fe abandona a los que no son como tú, pero esta vez soy yo el abandonado. Quizás nuestra nueva Constitución europea debería finalmente incluir la herencia católica en la construcción del Viejo Continente, al menos para explicar las profundas raíces de la intolerancia que por siglos nos ha hecho enfrentarnos los unos a los otros.