Receptores del sabor
Los niños de la foto no son norteamericanos, sino rusos. Y no están en EE UU, sino en Tbilisi (Georgia). Para que vea usted lo que engaña el ojo y lo que miente la lógica. ¿Pero por qué son obesos al modo americano? Pues porque ya hace mucho tiempo que se ha caído el telón de acero, hombre de Dios, y las grasas circulan con la misma libertad que las ideas. Dirá usted que las grasas y las ideas circulan, sí, pero en una sola dirección, porque está por ver que confundamos a un niño norteamericano con uno ruso. De acuerdo, pero es que es más fácil exportar el modelo Pirelli que el modelo Tolstoi, para el que apenas hay demanda comercial.
La fotografía, publicada por este periódico el 2 de septiembre del pasado año, es decir, al día siguiente de que regresáramos de las mismas vacaciones que comenzamos precisamente hoy (el eterno retorno), iba acompañada de un texto muy sugerente acerca de los esfuerzos que están llevando a cabo las empresas de alimentación para fabricar productos salados sin sal, azucarados sin azúcar y grasos sin grasa. Por lo visto, la lengua está llena de receptores de sabor que rechazan todo lo que no engorda, porque el cuerpo es por naturaleza imperialista y tiende a crecer para invadir y anexar los espacios libres u ocupados por el señor que tenemos al lado en el cine. Eso es bueno desde el punto de vista de la expansión territorial, pero malo desde el de la salud.
Por eso mismo, añadía la crónica, los laboratorios están experimentando con unas sustancias que bloquean la capacidad de las papilas gustativas para detectar los sabores desagradables de los alimentos que adelgazan o, en su caso, hacerlos pasar por los sabores excitantes de los que engordan. Dirán ustedes que cómo soy capaz de acordarme de un artículo de hace 11 meses, pero es que acababa de volver de la playa y me pregunté, al leerlo, si no sería posible manipular el mes de septiembre para que tuviera el sabor de agosto y hacer más llevadero el estrés posvacacional. Aunque luego pensé que no, que es mejor que cada cosa tenga su sabor y Dios el de todas. Precisamente, este año me he traído a la playa el Quijote, con perdón, para ir preparando el cuarto centenario, y no quiero ni pensar que lo hubieran manipulado de tal modo que me supiera a una novela del Oeste. Cuando me apetece una novela del Oeste, leo una novela del Oeste, aunque tenga más grasas que toda la obra de Cervantes. Puedo permitírmelo porque tengo el colesterol bajo (y lo digo sin pudor porque carece de mérito: es genético).
A lo que íbamos: que mientras las grasas circulen en una sola dirección, estamos perdidos, porque la grasa única es el vehículo del pensamiento único, como demuestra el rostro abotargado de los críos de la foto. O sea, que durante este mes de vacaciones, aunque no se prive usted de nada, excluya de su horizonte gastronómico la hamburguesa al objeto de variar la dieta de pensamiento unilateral dispersa en la carne picada. Eso sí, entre paella y paella métase en el cuerpo un Tolstoi para contrarrestar el colesterol malo. Y feliz agosto.
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