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La "estrella vasca" en la Europa de los ciudadanos

Las elecciones europeas del pasado 13 de junio han dejado una amargura ambiental debido a las bajas tasas de participación. La perspectiva de una oleada de referendos de ratificación de la primera Constitución Europea de la historia indica que ha llegado la hora de que se produzca un debate real sobre la Europa que queremos, y para qué la queremos. Como en tantas cosas, este debate seguirá en Euskadi unos derroteros propios.

La principal preocupación del nacionalismo en la pasada campaña electoral fue llevar la "estrella vasca" a Europa. Algunos indicios en los últimos años apuntan de manera preocupante a que esa estrella brillaría con poca intensidad. Incluso indicarían que Euskadi podría estar perdiendo el tren de la Europa que se avecina: la Europa de los ciudadanos. Por un lado, los partidos nacionalistas han pasado de formar parte de las principales familias políticas europeas a los aledaños de las instituciones de la Unión, y con ellos todos nosotros. Por otro, las propuestas que el nacionalismo vasco ha llevado a Europa en los últimos tiempos han sido ampliamente rechazadas o superadas. Las menciones a "los vascos como los primitivos europeos", o a la "revolución de los pueblos", e incluso a los derechos históricos como "nuestra propia constitución", contenidas en las propuestas del Parlamento Vasco a la Convención Europea, suenan discordantes y anacrónicas en una Europa que avanza hacia una Constitución escrita, y que es hoy una Europa de "Estados y de ciudadanos" y no ya de "pueblos y Estados". Mientras la Unión va construyendo una nación cívica europea, en Euskadi asistimos a planteamientos que aluden, más o menos abiertamente, a una nación étnica vasca.

Mientras la Unión va construyendo 'una nación cívica europea', en Euskadi se plantea 'la nación étnica vasca'

Los senderos recorridos en estas décadas por el proyecto europeo lleva en sí una "crítica de la nación pura" que todavía aquí algunos no quieren escuchar. Y es que, a pesar de la gran presencia retórica de Europa en la escena política vasca, la "anormalidad" que caracteriza a esa escena nos aleja de Europa. En primer lugar, las libertades, la convivencia y la vida política en el País Vasco siguen envenenadas por la presencia de ETA. Además, si nos miramos en el espejo de Europa, vemos que el debate político vasco está preso por una angustia identitaria que en Europa ha sido ya superada y que aquí se expresa todavía en términos excluyentes. Las discusiones en torno a lo vasco están cansadas, empachadas de patriotismos y secuestradas por aquellos que se aferran a lo que no se mueve: pasado y territorio. Ha llegado un punto en el que los debates que propone actualmente el nacionalismo vasco son anti-debates europeos: no es tiempo en Europa de libres asociaciones, ni de soberanías originarias, ni de comunidades homogéneas. Coger el tren europeo implicaría desprenderse del peso de un supuesto pasado mítico originario que sólo existe en la interpretación que algunos hacen de la historia.

La ciudadanía vasca es precisamente un modelo de adscripciones nacionales, culturales y sentimentales compartidas. La mayoría social vasca está compuesta por ciudadanos que compatibilizan los sentimientos "vasco", "español" y "europeo" de una u otra forma. La pluralidad, y no la unicidad, debe ser la marca de Euskadi en Europa. Desde esta perspectiva, podremos entonces participar de lleno en los debates que realmente se están produciendo en la UE: la Europa de los ciudadanos, el papel de la Unión en el mundo, la defensa del modelo social Europeo y la consagración del sentimiento común entre todos los ciudadanos de la Unión de pertenecer a una comunidad de valores y de intereses.

Acercar estos debates tendría sin duda un efecto terapéutico sobre el empantanado escenario vasco. Se trata además de cuestiones en las que es mucho lo que se puede aportar desde Euskadi y ante las que, por supuesto, las fuerzas nacionalistas tienen un papel importante que jugar. Pero el debate no es si algún día la ikurrina estará en la mesa del Consejo de Ministros de la UE. Ni en Bélgica, ni en Alemania, ni en Austria -los países con un federalismo más avanzado de la Unión- este tema se plantea en esos términos. La cuestión es establecer fórmulas de cooperación entre los entes federados y el Estado para que la posición defendida por éste sea el reflejo de su pluralidad interna.

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La "estrella vasca" está en la UE por lo menos desde 1986, y también antes por la vía de pioneros vascos, -como algunos dirigentes del PNV en el exilio- de la idea de la federación europea. Ahora nos toca trabajar para que esa estrella irradie futuro y pluralismo, y no pasado y uniformidad. Poner en juego nuestra pertenencia a Europa, como parecen estar dispuestos a hacer algunos proyectos del nacionalismo, es demasiado peligroso como para ni siquiera plantearlo. Concentrémonos por ello en los debates realmente europeos, para ser así partícipes de la inyección de pasión europeísta que necesita la Unión en estos tiempos en que pocos parecen apostar por una visión ambiciosa del proyecto de integración europea.

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