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Reportaje:LA INVESTIGACIÓN DEL 11-M

El final de las 'bolsas cero'

Unos pocos restos humanos del 11-M, todos identificados, continúan guardados a la espera de que el juzgado decida su destino

Pablo Ximénez de Sandoval

La masacre del 11 de marzo en Madrid dejó restos materiales en los trenes destrozados, restos psicológicos que todavía están siendo tratados, y hasta restos políticos, de los que va a ser difícil librarse. Pero también quedan restos humanos, pequeños fragmentos de vivos y muertos que iban en aquellos trenes. Es lo que queda del contenido de 13 sacos mortuorios de color naranja, de casi dos metros de largo, las bolsas cero, donde se guardaron inicialmente todos los fragmentos de identificación dudosa.

A las 13.30 del día 11 empezaron las autopsias. Se hicieron análisis de ADN en tiempo récord, y los primeros resultados estuvieron disponibles el día 14. De esa forma, con los restos contenidos en las bolsas cero se fueron recomponiendo los cadáveres para entregarlos, entre 30 y 36 horas después de su identificación, lo más completos posible a sus familias. En Ifema se completaron 155 cadáveres. Los restos más pequeños se fueron dejando para el final. En el cementerio de La Almudena, se logró recomponer los 34 cuerpos más difíciles. Minúsculos fragmentos que se encontraron o fueron identificados más tarde, sobraron.

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Lo que sobró es "muy poquito", afirman en el Instituto Anatómico Forense de Madrid. Desde el 1 de abril, tienen esos restos separados, numerados y colocados en féretros, a cero grados, bajo custodia en espera de que el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo, encargado del caso, decida su destino final. Cuando se habla de "restos" no debe pensarse en nada reconocible, en el caso de los fallecidos, ni reimplantable, en el caso de los amputados. Se trata apenas de pequeños huesos, dedos, o segmentos de vísceras.

Además de estos restos humanos, queda también algún resto material. Se trata de jirones de ropa, pequeños trozos de tela. Pero con ellos hay un objeto que nadie ha reclamado. Es una tartera de merienda. Dentro de ella hay una naranja que alguien llevaba esa mañana al trabajo.

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El contenido de esos féretros no se ha ofrecido a las víctimas por una cuestión de sensibilidad. "No vamos a hacer pasar a nadie por el trago de que te llamen para decirte que hay un fragmento tuyo o de tu ser querido", explican en el Anatómico Forense. Por empeño de los responsables de este centro, hasta el más pequeño fragmento fue identificado por su ADN. Pertenecen tanto a fallecidos como a heridos en el atentado. Lo que se haga con ellos es competencia de la Audiencia Nacional, según la práctica jurídica habitual. El juzgado no tiene la obligación de avisar a las familias para ofrecerles esos restos, pero los entregaría si alguien los reclamara.

"Es como en un accidente laboral en el que un trabajador pierde un pie", explican los forenses a modo de ejemplo. Ese pie se traslada al Instituto Anatómico Forense. Tras certificar las forma de la amputación, se pide autorización al juez instructor del caso para destruirlo. Una empresa autorizada se encarga de esa tarea, normalmente mediante incineración.

Ése debería ser el destino del contenido de las bolsas cero, en el momento en que el juez lo estime oportuno. El IAF ya ha solicitado esta autorización rutinaria para deshacerse de los restos, pero el juez Juan del Olmo respondió en un oficio que esperaran su decisión. Fuentes de la Audiencia Nacional explican que es normal conservar los restos hasta que el sumario esté muy avanzado, o incluso cerrrado. El retraso ocasiona problemas de espacio al Instituto, que dispone de 47 cámaras individuales y espacio para otros 60 cadáveres en caso de grandes catástrofes.

Las 13 bolsas cero jugaron un papel importante en la confusión del 11-M respecto a la cifra de víctimas, la obsesión de informadores y políticos en las primeras horas. Ante la comisión parlamentaria que investiga los atentados, la directora del Instituto Anatómico Forense, Carmen Baladía, compareció durante una hora y media para despejar esa confusión.

En las primeras 24 horas, las cifras de los forenses eran de 189 muertos, más un feto de siete meses, más "13 bolsas de restos" sin asignar. Precisamente porque quedaban esas bolsas, no hicieron públicas sus cifras. Pero en algún eslabón político de la cadena informativa, y ante la necesidad de dar una cifra, esos datos fueron sumados burdamente, por lo que se habló de 202 víctimas. Cuando el contenido de esas bolsas fue asignado a distintos fallecidos y amputados, los médicos forenses publicaron su cifra: 190, contando al feto. Éste fue posteriormente descontado, por no ser legalmente persona.

A la lista se añadió, el 30 de marzo, una mujer fallecida en el hospital Doce de Octubre. El pasado 12 de julio, el Ministerio del Interior reconoció como víctima 191 a un niño que murió el pasado 10 de mayo, 48 horas después de nacer, debido a las lesiones sufridas por su madre en el atentado. No se ha facilitado su identidad.

"Para el médico forense, el objetivo principal es la identificación del cadáver", afirmó Baladía en el Congreso. "Un error es irreparable". Por eso, aunque a la 1.30 del día 12 se habían terminado todas las autopsias, la publicación del número definitivo y de su identidad se demoró varios días más.

De este celo puede dar fe la familia del albañil rumano Stefan Budai. El 11 de marzo, un compañero de obra de Budai viajaba con él en el tren. Iban en pisos diferentes. Tras la explosión, fue a buscarlo y lo encontró inmóvil en su asiento. Llamó a su jefe y dijo: "El Stefan está muerto". "¿Cómo lo sabes?", le contestó. "Lo estoy tocando". A pesar de esta evidencia, hasta seis angustiosos días después no les fue comunicada su muerte.

La dirección del Instituto explica que "ese cadáver era reclamado por dos familias". Además, "junto a él apareció un maxilar que no era suyo". Por eso decidieron hacer una prueba de ADN. "A ése cadáver le valían dos nombres", explican. El celo que pusieron los profesionales forenses en los trabajos del 11-M mereció la felicitación de los portavoces de todos los grupos parlamentarios durante la comparecencia de Baladía.

Familiares de víctimas del 11-M, a la puerta del tanatorio provisional del Ifema, 

el pasado 12 de marzo.
Familiares de víctimas del 11-M, a la puerta del tanatorio provisional del Ifema, el pasado 12 de marzo.ULY MARTÍN

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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