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Felipe II y Vladímir Putin: ¿economías paralelas?

En la hagiográfica exposición conmemorando el centenario de Felipe II que se exhibió en El Escorial en 1998 se omitieron muchos de los aspectos negativos de su historia, en particular los económicos. Nada se decía, por ejemplo, de las tres sonadas bancarrotas que jalonaron su reinado (1557, 1575 y 1596), y que arruinaron a banqueros y comerciantes españoles y extranjeros, además del crédito de la Corona española, de modo que el recurso a los préstamos se hizo cada vez más oneroso para el gobierno. El desorden fiscal de Felipe II tuvo muy hondas repercusiones económicas y, a la larga, militares y políticas, de modo que puede muy seriamente pensarse que la famosa decadencia española en el siglo XVII, que vulgarmente se atribuye a la incapacidad de sus sucesores, tiene sus orígenes en los múltiples errores del llamado (vaya usted a saber por qué) "rey prudente". En lugar de ajustar su política a sus posibilidades presupuestarias (los conceptos de "presupuesto" y "déficit" son modernos; las realidades son tan viejas como la historia del Estado), Felipe II trató desesperadamente de ajustar sus ingresos a lo que él percibía como las necesidades de su gobierno y para ello cometió una serie de desatinos, a cual más gravoso para los intereses de la Monarquía y la Nación a largo plazo. En primer lugar, aumentó la presión fiscal hasta extremos inéditos entonces, recurriendo a las famosas alcabalas, tercias y almojarifazgos, de tal manera que muchos labradores y comerciantes, ahogados por los impuestos, abandonaron sus empresas y se dedicaron a la mendicidad o a los múltiples oficios englobados en la palabra "picaresca". El paroxismo fiscal tuvo lugar tras la pérdida de la Armada, cuando se recurrió a los impuestos extraordinarios ominosamente llamados servicios de millones, que dieron el golpe de muerte a la economía castellana en las postrimerías del reinado. En segundo lugar, se generalizó la práctica de vender oficios y patentes de nobleza, lo cual, por un lado, aumentó la venalidad y corrupción de los funcionarios y, por otro, mermó los futuros ingresos, ya que los nobles pagaban comparativamente mucho menos en impuestos que los súbditos comunes. En tercer lugar, se recurrió crecientemente a la deuda pública, los famosos asientos y juros, que en muchas ocasiones implicaban préstamos forzosos. Para ello, la Corona recurría a confiscaciones, característicamente apropiándose de la propiedad privada de comerciantes a cambio de juros cuya devolución era más que dudosa. Era típico que la Corona se apoderara de la plata arribada en las flotas de Indias y que pertenecía a agentes privados, entregando a cambio juros por valor teóricamente equivalente pero en la realidad de importe reducido e incierto. Combinadas estas confiscaciones con las bancarrotas, que eran también confiscaciones por cuanto implicaban no restituir lo debido, arruinaron el ya menguado crédito del Estado español, lo cual redundó en la creciente dificultad para obtener préstamos y en el recrudecimiento de los arbitrios y las requisas; fue una espiral desastrosa que culminó en las catástrofes del siglo XVII. Implicó también la ruina de los banqueros españoles y el poner a la Corona en manos de banqueros extranjeros crecientemente rapaces y faltos de escrúpulos. Los banqueros extranjeros aliados tradicionales de la Corona española, como los Fugger, también quedaron semiarruinados y tuvieron que abandonar su oficio.

Probablemente lo más grave de todo esto fue el introducir la coerción y la arbitrariedad soberanas en la esfera de la economía, junto a la indefinición del derecho de propiedad privada, con lo cual el sistema productivo y distributivo, floreciente a principios del siglo XVI, quedó irreparablemente dañado, un daño que persistió secularmente.

¿Puede compararse al presidente de la República de Rusia en el siglo XXI con el Monarca de las Españas en el siglo XVI? Evidentemente, las distancias geográficas y cronológicas son muy grandes; pero hay paralelos. La burocracia rusa de hoy y la española del siglo XVI son famosas por su poder, su arbitrariedad y su esclerosis. La Rusia de hoy y la España de entonces eran el centro de enormes imperios, inspiradores de respeto y temor, y también de una cierta admiración. En cuanto a la economía, las diferencias son muy grandes, pero también hay paralelos interesantes: si España dependía cada vez más de la plata americana, Rusia hoy depende crecientemente del petróleo siberiano; en ambos casos esta dependencia es, inicialmente, una fuente de poder, pero a la larga puede convertirse en un talón de Aquiles. En el caso de la España imperial decididamente la plata se convirtió en un arma de dos filos. La dependencia de un gran producto mineral puede abocar a Rusia a la "enfermedad holandesa", algo que aquejó a España en el siglo XVI, y a Holanda en el XX: en el caso español, la abundancia de plata hizo subir los precios de tal manera que los productos españoles dejaron de ser competitivos, dándose lugar a la monoexportación de plata e importación de casi todo lo demás. Algo parecido ocurrió en Holanda en los pasados años ochenta con el petróleo (y en otros países, productores de crudo) y puede muy bien ocurrirle a Rusia en el futuro próximo. La gran diferencia quizá sea que España partía de una economía floreciente y en cambio Rusia sale de una mala base de partida: la herencia del comunismo, de la cual Rusia, sin embargo, parece estarse reponiendo en los últimos años.

Hay más paralelos: quizá sea exagerado comparar a Chechenia con los Países Bajos, pero los gobernantes rusos han decidido tratar la rebelión de una provincia como lo hizo Felipe II, renunciando al diálogo y la conciliación y recurriendo a la fuerza bruta. En ambos casos la respuesta de la región rebelde resultó mucho más enérgica y tenaz de lo esperado, y se entró en una dialéctica violenta cuyo fin cada vez es más incierto. Y un paralelo más es que Vladímir Putin parece inclinarse cada vez más, como hizo Felipe II, por dar prioridad a cuestiones militares y políticas y tratar la economía como un instrumento que se utiliza y se doblega a voluntad. Esto puede dar resultado a corto plazo, como es posible que esté ocurriendo en Rusia hoy; pero si no se rectifica, el legado que Putin deje a sus sucesores puede ser un regalo envenenado.

Por último, el tratamiento que el gobierno de Rusia estádando a sus "oligarcas" es siniestro, más por lo arbitrario que por lo injusto. Sin duda es cierto que los señores Berezovski, Gusinski y Jodorkovski se enriquecieron espectacularmente con métodos más que discutibles; pero lo mismo hicieron, con la connivencia del Estado ruso, decenas de otros millonarios a los que la policía rusa deja en paz. A escala mucho menor, la inseguridad jurídica es muy general en la vida rusa, de la que la extorsión, el gansterismo y la corrupción de los funcionarios forman una parte muy importante. No parece que el gobierno tenga un interés especial en erradicar esta plaga; algunos de sus aspectos, como el acoso policial y judicial a los "oligarcas", tienen más apoyo que oposición popular. Sin embargo esta inseguridad jurídica sistemática, en especial en lo que respecta a los derechos de propiedad, junto con la estolidez de los ciudadanos, a quienes la democracia no parece interesarles, según demuestran en elección tras elección, puede convertirse en el más grave obstáculo al futuro desarrollo económico. Y ello no tanto porque desanime la inversión extranjera, cosa que sin duda ya hace en gran medida, sino porque deprima la inversión interna. Es de temer que, ante la inseguridad reinante, los ahorradores prefieran atesorar su dinero o exportarlo a invertirlo en la economía doméstica, y que los empresarios se retraigan frente a la amenaza y la incertidumbre. Todo esto, en gran escala, puede ser un fuerte freno al crecimiento.

Los errores de Felipe II se hicieron notar a muy largo plazo; incluso hay historiadores hoy que parecen ignorarlos. Pero, según la tan citada frase de Santayana, los que ignoran la historia están expuestos a repetir los errores del pasado.

Gabriel Tortella es catedrático de Historia Económica en la Universidad de Alcalá.

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