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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Primeros pasos en Irak

La apariencia de calma que siguió a la instauración del Gobierno provisional en Irak el pasado 28 de mayo no ha durado mucho. Esta semana, nuevos ataques en Bagdad han causado nuevos desastres y víctimas, el gobernador de Mosul ha sido asesinado y han muerto varios soldados americanos. Ayer mismo, dos nuevos coches bomba dejaron un reguero de siete muertos, y de uno de los atentados escapó con vida el ministro de Justicia del Gobierno provisional.

La nueva autoridad ha decidido centrar sus ataques contra los "terroristas extranjeros", ha creado una unidad antiterrorista y puesto en la calle a centenares de policías y soldados iraquíes en enormes redadas contra resistentes, terroristas y simples criminales, entre los que habrá, por supuesto, no pocos inocentes. No deja de ser lógico que con el palo llegue una zanahoria que anuncia el presidente provisional, Gazi al Yauar, con una amnistía para los presos políticos que "no hayan cometido demasiadas atrocidades", especialmente durante la fase de la invasión. La integración del enemigo en la reconstrucción tiene mucho sentido, aunque su credibilidad siga siendo escasa.

El Gobierno que encabeza Ayad Alaui se estrenó con una nueva Ley de Seguridad que ha impuesto de nuevo la pena de muerte, aunque de manera temporal. Se ha perdido así una oportunidad de dar un ejemplo que hubiera podido servir para otros países árabes e incluso en el propio Irak y de contrapeso a esa nueva táctica de secuestros y decapitaciones de extranjeros que en el caso de las amenazas a un filipino ha producido su efecto al anunciar Manila una retirada anticipada de sus tropas de Irak. Esas victorias fáciles son un pésimo mensaje para los asesinos.

No está claro si esta nueva Ley de Seguridad se aplica a las fuerzas que ya no son formalmente de ocupación, sino "invitadas", aunque sí lo es que, con el nuevo Gobierno provisional, quien sigue teniendo las riendas del poder es, por supuesto, EE UU. De Washington no sale señal alguna de que la Administración piense en salir de Irak. Al contrario, lo que las fuerzas estadounidenses están haciendo es atrincherarse, y, aparentemente, para largo. Está por ver con qué resultado, pues no ayuda dicha indefinición a que el nuevo Ejecutivo se gane los corazones de la gente, ni resuelva su prioridad, que está mucho más en la seguridad cotidiana que en la ideología de resistencia que proclaman los integristas y los leales al régimen de Sadan Husein. A pesar de ello, Ayad Alaui, un personaje con fuerza, está ganando en popularidad y en reconocimiento internacional, incluido el de Francia, que ha restablecido relaciones diplomáticas con Bagdad. Su futuro dependerá en cualquier caso de la eficacia de su gestión.

Lo que hay en Irak en estos momentos es una carrera para la toma de posiciones de cara a las elecciones que se anuncian para enero de 2005 como muy tarde. El líder radical Al Sáder se ha posicionado contra el Gobierno provisional, pero parece ya situado entre los perdedores del fanatismo de un país como Irak, que siempre tuvo clases medias razonables nunca lanzadas al suicidio. Otros optan por participar en el proceso pese a las tensiones respecto a la inclusión en el mismo de los miembros del partido baazista para recomponer la administración, lo que parece ser un paso inevitable, dado que son aquellos que conocen la gestión del Estado. Otro riesgo es, en el Kurdistán iraquí, el peligro de limpieza étnica de árabes instalados en la región por el antiguo régimen en sus intentos de arabización forzosa.

Es más que cuestionable la afirmación de Bush de que hoy, tras la invasión de Irak, el mundo sea más seguro que antes. Todo indica lo contrario. Irak se ha convertido en una nueva escuela de terrorismo de muchos islamistas de toda procedencia. A todos, menos a estos últimos, interesa ahora que Irak se estabilice y pacifique, pero la perspectiva es lejana. Si se logra organizar unas elecciones que legitimen a un Gobierno bajo una amplia mayoría ajena al crimen fanático, Irak puede ser un punto de arranque para un cambio profundo de Oriente Próximo. Lejos de esa idílica solución sólo cabe esperar que el dolor y la muerte en este proceso sean los mínimos posibles.

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