Paz, amor y 'soul' apabullante
¡Uff, qué noche! En el polideportivo de Mendizorrotza de la capital alavesa saltaban chispas y nadie paraba quieto, como si el virus del optimismo se hubiera colado por alguna rendija y lo estuviera infectando todo.
En el escenario, un orondo predicador vestido de riguroso negro y centelleantes lentejuelas sentado en su trono (sí: un auténtico trono) y rodeado de jóvenes y niños repartía a manos llenas un mensaje de paz y felicidad que era recogido con un entusiasmo sincero por la audiencia que llenaba el local.
Buena parte de esa audiencia, todos excepto los abonados a todo el festival (se distinguen porque ocupan una zona acotada), no pararon de bailar y corear estribillos; muchos consiguieron llegar al escenario bajo la mirada preocupada de los servicios de seguridad. Al acabar, las respiraciones profundas, un cierto cansancio y el sudor se mezclaban con una satisfacción reflejada en sonrisas de oreja a oreja y grupos que, aun sin música, no paraban de bailar.
Solomon Burke se había traído toda la historia de la música negra contemporánea
¿Qué había sucedido? Sencillo: Solomon Burke se había traído hasta el festival vitoriano toda la historia de la música negra contemporánea y la había desparramado sobre el escenario con inteligente habilidad, una voz todavía efervescente y un saber hacer que derrumba montañas a su paso.
Solomon Burke, autoproclamado rey del rock'n'soul, de 64 años, más de 200 kilos de peso, 21 hijos, 68 nietos y cabeza visible de una congregación evangélica con más de 150 misiones en todo Estados Unidos, llegó a Vitoria pisando fuerte y arrasó con un concierto cargado de buenas vibraciones, un ritmo irresistible y un puñado de mensajes musicales capaces de levantarle la moral al más depresivo de los mortales.
Una banda sólida y una sonorización de fábula arroparon a Solomon Burke en un estimulante recorrido tremendamente vitalista que fue del clásico gospel al black rock, del más genuino rhythm and blues al doo woop, al soul, llegando incluso hasta la música disco de los ochenta.
Burke no se contentó con recuperar sus propios éxitos, que ya hubiera sido mucho, sino que se trajo bajo el brazo los de todos sus colegas: desde Only you a Proud Mary pasando por, entre muchos otros, Spanish Harlem, (Sittin' on the) dock of the bay, Georgia on my mind, Lucille, Fa-Fa-Fa-Fa o un increíble Stand by me que convirtió Mendizorrotza en un volcán en erupción.
Un encadenado de sensaciones gratamente estimulantes que Burke fue engarzando sin levantarse de su trono, las piernas prácticamente no le sostienen de pie, y derrochando una voz que no ha perdido ni un ápice de su fuerza y ha ganado en profundidad y ductilidad.
El explosivo reverendo todavía encontró tiempo para agradecer al pueblo español su implicación contra la guerra de Irak o recordar a los millones de víctimas de sida mientras su hijo, sin abandonar un frenético baile, repartía rosas rojas entre las féminas. Otra de sus hijas actúo también como vocalista, pero sin grandes excesos.
Al final, lógicamente, el esperado Everybody needs somebody to love cerró un concierto sencillamente estimulante entre exclamaciones de peace and love.
Solomon Burke abandonó el escenario sentado sobre su trono alzado a hombros por varios asistentes y Mendizorrotza se vino abajo. Habían pasado más de noventa minutos y casi nadie se había dado cuenta.
¡Uff, qué velada! Porque la cosa no había comenzado ahí. Antes, una big band de gran calado había pisado el mismo escenario demostrando unas bondades que posiblemente ninguna otra orquesta jazzística tenga en estos momentos.
La Clayton-Hamilton Jazz Orchestra (dirigida por el contrabajista John Clayton y el batería Jeff Hamilton) sonó potente, conjuntada y detallista sobre unos arreglos coloristas e impactantes.
La orquesta mostró poseer también buenos solistas, pero cuando marcó las diferencias fue en los tutti cambiantes y danzarines que Clayton controlaba con mano precisa.
Bondades que se potenciaron cuando la cantante Patti Austin se les unió para un recta final dedicada a la memoria de Ella Fitzgerald. Versiones con un punto de originalidad y un swing apabullante, servidas por una voz amplia y bella que, además, alcanza las cotas más extremas de su registro con una sorprendente facilidad.
Si la velada hubiera acabado en ese momento, todo el mundo, al salir, hubiera hablado del poderío escénico de Patti Austin, de su expansiva voz y de la orgía orquestal que la secundaba pero, justo después, Solomon Burke se apoderó por la vía rápida del escenario alterando positivamente la percepción de todos los presentes.
Babelia
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