Y en esto llegó Fidel
Hace ya casi una generación, un animado musical de Emile Ardolino, Dirty Dancing, crecido bajo la sombra protectora del inagotable filón de Fama, insufló vida a un subgénero ciertamente fecundo, el musical con protagonismo juvenil, y colocó en el panorama internacional a un correcto bailarín y más que limitado actor, Patrick Swayze, que habría de vivir sus mejores tiempos sólo poco después. Ahora, y sin demasiada conexión con el título anterior (como no sea un resucitado Swayze, que aquí hace un cameo de esos que a nada comprometen), nos vuelve Dirty Dancing, muy significativamente bautizado en su subtítulo como Noches de La Habana... toda una declaración de principios.
Porque si de lo que se trataba en la primera entrega era de recrear los ambientes juveniles, al socaire de una moda pasajera, aquí se pretende algo similar: aprovechar el auge de la música latina para construir un vehículo pasablemente solvente, un trampolín de lanzamiento para el talento simpático y canalla del mexicano Diego Luna, galán joven y notable actor (aunque no aquí: se le pide, baile incluido, más de lo que nuestro hombre es capaz de dar... con un guión sencillamente infumable).
DIRTY DANCING 2
Dirección: Guy Ferland. Intérpretes: Diego Luna, Romola Garai, Sela Ward, John Slattery, Patrick Swayze, René Lavan. Género: drama musical, EE UU, 2004. Duración: 85 minutos.
De eso va, pues, la cosa: de una historia de jovencitos, aunque situada en vísperas de la caída de La Habana en manos de Fidel Castro y sus revolucionarios serranos, con diferencias tanto de clase (niña pasablemente rica, chico pobre) como de nacionalidad (ella, estadounidense; él, cubanito, y a mucha honra). Eso quiere decir que no se hurta, antes al contrario, la temática política y el recado arteramente ideológico. De ahí que Luna sea un convencido demócrata, hijo de mártir caído en la represión brutal del dictador Batista contra cualquier oposición organizada. Alguien a quien enfrentar, por cierto, con un hermano hirsuto, más bien maleducado y chulesco, que olvida sus deberes familiares para dedicarse a la revolución... Pero no nos detengamos en exceso en lo político, ni mucho menos en la reconstrucción histórica, que en lo que hace a la más mínima verosimilitud brilla limpiamente por su ausencia. Aquí la cosa va de algo mucho más simple, de mover el esqueleto, de construir plausibles coreografías para ganar un concurso de baile latino (un poco como en El amor está en el aire, aún la mejor película de Buz Luhrman), de ver cómo va naciendo una historia de amor entre la adorable rubita y el descarado morenito... la historia de siempre. De que no pase a los anales tiene la culpa tanto el director, Guy Ferland, como su guión, soso y previsible. Y también, claro, las limitadas artes danzarinas de los protagonistas.
Babelia
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