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Columna
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Confía en mí

No es lo que parece, suelen decir los que te quieren engañar cuando los descubres mintiendo. No es lo que parece, aseguran, confía en mí y duda de lo que ven tus ojos. Y, de repente, uno se encuentra en medio de una sombría ciénaga, pisando el barro amarillo de los embustes. La concejal de Medio Ambiente de Madrid, Paz González, reconoció el martes que las obras de reforma de las líneas 2 y 3 de Metro afectarán a un número "importante" de árboles de la ciudad, pero insistió en que eso no va a ser lo que parece, porque "se prevén medidas compensatorias".

A mí eso de "medidas compensatorias" se me parece, por algún motivo, a otras lóbregas expresiones de estos tiempos confusos, se me parece a "daños colaterales", a "bombardeos preventivos"... Es más, también se me parece a lo que acaba de decir en Estados Unidos la secretaria de Agricultura del Gobierno de Bush, después de que éste haya anunciado que abolirá el Plan de Protección Forestal trazado por Clinton que prohibía las talas en los parques nacionales del país. Las asociaciones ecologistas aseguran que esta decisión de Bush podría acabar con un tercio de los bosques de Norteamérica. Pero no, esto tampoco es lo que parece, y la secretaria de Agricultura ha declarado que esa medida no sólo no fomentará irreparables crímenes medioambientales, sino que demuestra "el compromiso del presidente con la conservación de la naturaleza".

Y el caso es que, aunque no sea lo que parece, en el centro de Madrid se van quitando miles de árboles, en nombre de la especulación inmobiliaria o las necesidades del tráfico. "Los técnicos están estudiando uno a uno los árboles afectados para ver qué tratamiento dar en cada caso", dice la concejal. Y jura que se trasplantarán los ejemplares que sean posibles y, los que no, serán talados y sustituidos por otros tantos árboles de características similares y replantados, unos en la zona afectada por la tala y otros en nuevas zonas verdes creadas al efecto. ¿Zonas verdes? ¿Dónde? ¿Y para qué les servirán a los vecinos, por ejemplo, de la calle de la Princesa, que ustedes pongan sus árboles en la Dehesa de la Villa? Pero, ¿y el resto? La concejal lo explica recurriendo, otra vez, al arte de birlibirloque: el fin de esas zonas verdes específicas "es que los ciudadanos puedan ver las medidas compensatorias previstas por las obras". Pura transparencia.

Y además, la credibilidad medioambiental del Ayuntamiento viene avalada por la denuncia que acaba de ponerle la Fiscalía de Madrid, que aporta informes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Guardia Civil que demuestran que la planta incineradora de Valdemingómez, gestionada en nombre del Consistorio por la empresa Urbaser, ha expulsado al cielo de la capital altas cantidades de furanos, dioxinas y metales pesados, agentes tóxicos tan nocivos para las las personas que son considerados cancerígenos. Esto no es lo que parece, decía el Ayuntamiento, cuyas inspecciones de los hornos de la incineradora siempre eran positivos. Hasta que la Comunidad hizo, por sorpresa, sus propios análisis y clausuró los hornos, tras comprobar que sus poluciones superaban en 15 veces el nivel permitido por la ley. ¿Cómo es posible que los exámenes del Ayuntamiento y los de la Comunidad den resultados tan dispares si ambos los hace el mismo laboratorio? ¿Eran esos análisis parecidos a los que la concejal le piensa hacer a cada árbol que va a cortar, concienzudamente, caso por caso? Es todo tan sospechoso. O tal vez es que tampoco esto no es lo que parece.

Al final, la falta de conciencia y la mentira son los peores de los agentes tóxicos. Ojalá las medidas que prepara el Ministerio de Medio Ambiente para hacer que se cumpla el modesto Protocolo de Kioto den resultados y muy pronto, se llegue a multar hasta con dos millones de euros y el cierre de sus instalaciones a las empresas que excedan los grados de contaminación permitida. Ojalá los controles sean rigurosos y los cínicos no tengan firma en los ayuntamientos. Porque el mundo está en malas manos y porque los subterfugios, trampas y falsedades que algunos usan para volvernos ciegos deben terminar cuanto antes. Porque no hay carretera, túnel o metro que valga más que una docena de árboles. Y porque no hay oratoria que pueda cambiar la verdad, por mucho que pueda envilecer el lenguaje. Qué horror, si es que esos trileros le llaman a los bosques de este planeta "sumideros de CO2". Si Virgilio y Garcilaso levantaran la cabeza...

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