"Es preocupante que ahora me acepten y ya no sea raro"
Lleva una década sin subir a los escenarios, algo que le fascina. Ahora lo hará el próximo día 21 en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, con uno de los personajes más sugerentes de la historia universal del teatro: Macbeth, de Shakespeare, bajo la dirección de María Ruiz y con Clara Sanchis como Lady Macbeth. Desde allí el montaje iniciará una gira por varios festivales estivales (incluido Los Veranos de la Villa en Madrid, a finales de agosto), y a partir de septiembre por gran parte de la geografía española.
Ello no quita que Poncela esté irritado con un sector del oficio que "tiene una actitud amojamada y decimonónica hacia el teatro". Quizá son los mismos que ahora le tienen con la mosca detrás de la oreja: "Siempre se me ha atacado. O porque era drogadicto, y lo que no sabían era que esa drogadicción jamás era en el trabajo, sino en mis ratos libres; o porque era gay; o porque era raro; o... en todos los frentes había peros, y en realidad de lo que se trataba es de que no fuera yo mismo, cuando en realidad si estoy bien es gracias al no disimulo".
"Siempre he vivido rozando límites; no he podido remediarlo, he sido y soy provocador"
Ahora parece que las cosas han cambiado: "Resulta que ahora soy estupendo, me aceptan todos, y eso me tiene preocupado y mosqueado; antes todo eran zancadillas y tenerme en el ostracismo. Pero he sobrevivido y aquí estoy con corazón, ilusión y mucho humor".
Como siempre le ha pasado, Poncela se ha metido hasta el corvejón en el personaje. A priori puede ser problemático, ya que esta vez interpreta a un malo, malísimo, al que defiende a capa y espada: "Además, yo soy una bestia, soy de esos que van hasta el retrete con el personaje y puede ser un peligro porque Macbeth es un poco serial killer", dice mientras pone cara de loco y reproduce con los brazos el gesto de Norman Bates de Psicosis, cuando mata a su primera víctima.
Se ríe abiertamente al hablar de la relación mimética que mantiene con el personaje shakespeariano: "Macbeth y yo estamos chochos, no somos novios porque yo no quiero y porque él no es gay, pero acepto muy bien que dentro de mi cabeza se haya metido un asesino; es más, yo creo que hay ganas de cortar más cabezas, porque habría que cortarlas".
Desde que debutó en 1967 con Mariana Pineda, tras compatibilizar sus estudios de actor con trabajos de portero en un cementerio de coches o albañil, se le ha adscrito, con más o menos matices, en el grupo de los divinos malditos. "Es verdad, siempre he vivido rozando límites; no he podido remediarlo, he sido y soy provocador, como siento que soy seductor, es algo que va incorporado conmigo". Así se expresa Poncela, quien se define tímido y fóbico a la fama: "Otra cosa es que le haga frente y me haga exhibicionista por narices, que lleve el modelazo de Pepe Rubio o pasee la luz que me ponen, porque soy actor según la luz que tenga".
En todos estos años han sido conocidas, y a veces sonadas, sus desapariciones repentinas en las que deja de estar pendiente del teléfono porque decide vivir y nada más. Algunas le han llevado fuera de España, como cuando se fue a Estados Unidos tres años, harto de sentirse esclavo con lo de las dos funciones diarias. "Hay actores que piensan que el trabajo continuo es lo que les da la sabiduría; pues yo pienso lo contrario. Uno tiene que irse a vivir su vida y con ese bagaje volver, y mostrar lo aprendido en el próximo trabajo y entregarse".
En septiembre de 2005 cumplirá 60 años, una edad que suele invitar a la reflexión y, a veces, al enfado. Al preguntarle cómo se lo toma, se pone de pie de un salto y vocifera: "Mira este cuerpo, esta cabeza, esta actitud". Y lo dice mientras se quita la camiseta de manga larga amarilla, porque no es supersticioso, y enseña el cuerpo, dejando, como los adolescentes, que el calzoncillo se vea ostensiblemente debajo de un pantalón que le cae sobre la cadera. Exhibe un cuerpo fibroso que ha pasado muchas horas en el gimnasio. En cuanto a su cabeza, es luminosa, y su mirada sigue siendo insinuante. El paso del tiempo no le ha hecho perder esa actitud provocadora, descarada, obscena y divertida de la que siempre ha hecho gala. No hay motivo para creer que va a cumplir sesenta años.
No quiere hacer más teatro después de este Macbeth: "Hay un sector de esta profesión carente de compromiso y de conocimiento con respecto a este oficio; parece que si haces teatro eres la momia de Tutankamón, cuando en realidad esto es algo vivo", y añade: "El público, a veces, también se las trae, ve una cosa que no le gusta y aplaude ¿pero por qué no echan piedras, coño?".
Contra el teatro no tiene nada: "El teatro es inocente, como el rock es la vida". Un género en el que ha trabajado con los más grandes, aunque la popularidad le ha llegado de la mano de la televisión (Los gozos y las sombras) y del cine (Arrebato, de Iván Zulueta; La ley del deseo y Matador, de Almodóvar; Sagitario, de Vicente Molina Foix, o Martín (Hache), de Aristarain).
Babelia
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