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Los traficantes del Sáhara aumentan el tamaño de las pateras y ponen a subsaharianos al timón

La inexperiencia náutica de los inmigrantes dispara el riesgo de naufragios este verano

El endurecimiento de las penas para los traficantes de personas y el fortalecimiento de la vigilancia en las costas de Fuerteventura han provocado cambios notables en las pateras que arriban a Canarias. Desde principios de junio ya no son patroneadas por marroquíes que descargan a los inmigrantes en la playa y vuelven a poner proa hacia el Sáhara occidental. El riesgo, cada vez más frecuente, de ser apresados y condenados a más de seis años de prisión ha empujado a los traficantes a situar al timón a los propios inmigrantes subsaharianos, cuya inexperiencia náutica dispara el peligro de naufragio.

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Ése no es el único cambio detectado en las pateras. Ahora son más largas, más estrechas y más profundas, para aumentar su capacidad. El espacio que antes ocupaban las garrafas con el combustible necesario para retornar a las playas de El Aaiún lo amortizan más inmigrantes. En cuatro años, las embarcaciones han pasado de transportar a 10 o 15 marroquíes a llevar más de 30 subsaharianos. El presidente de la comisión permanente del Foro Canario de la Inmigración, Alberto Farci, ha advertido: "Hay que extremar las medidas de salvamento, porque este verano puede ser un auténtico desastre".

En el verano de 1997, un helicóptero del Servicio de Salvamento Marítimo localizó en alta mar una patera con tres hombres que, una vez en tierra, manifestaron ser saharauis. Nadie podía suponer que aquellos tres individuos eran la avanzadilla de una marea humana que el año pasado superó las 10.000 personas.

Cambios en el pasaje

Los primeros inmigrantes irregulares, marroquíes o saharauis, eran trasladados hasta Ceuta y entregados en la frontera a las autoridades marroquíes. Pronto dejaron su lugar en las lanchas a menores de edad, a familias enteras, a mujeres embarazadas y con bebés... Es decir, a los que más posibilidades tenían de eludir la repatriación. Más tarde comenzaron a llegar los subsaharianos.

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Las primeras pateras eran embarcaciones dedicadas a la pesca artesanal que habían sido aligeradas de sus artes para dar cabida a entre 10 y 15 pasajeros. A medida que el negocio aumentaba con clientes llegados del África negra, los traficantes comenzaron a importar al Sáhara madera del norte de Marruecos. Con los listones construyeron barquillas que, aunque mantenían la estética marinera de las primeras, no igualaban sus condiciones de navegación.

Aquellas pateras, que comenzaron a arribar a las playas de Fuerteventura a comienzos del año 2000, tenían mayor eslora y manga que las pesqueras, y a bordo viajaban más de 20 inmigrantes, magrebíes y -cada vez más- subsaharianos. Eran patroneadas por marroquíes que dejaban a los africanos en la costa española y emprendían el regreso al Sáhara. Cuando la embarcación era interceptada por la Guardia Civil, el patrón se confundía con sus paisanos y evitaba así la cárcel.

La situación cambió el año pasado, cuando el refuerzo de los sistemas de radar en la isla coincidió con la llegada de lanchas cargadas de subsaharianos. Los patrones magrebíes adoptaron métodos violentos para deshacerse de los inmigrantes cuando corrían el riesgo de ser sorprendidos por la Guardia Civil: con una impresionante navaja que llevaban colgada al cuello durante la travesía les amenazaban para que saltaran por la borda, y con un grueso garrote machaban los dedos de los que, ya en el mar, se aferraban a la embarcación. Así perecieron ahogados decenas de subsaharianos a unos metros de la isla de Lobos y en la zona del faro de La Entallada.

Pero los que eran detenidos ya no podían confundirse con los inmigrantes negros, y comenzaron a ingresar en prisión. De ahí que hayan modificado otra vez su estrategia, construyendo pateras más largas, estrechas y profundas, en las que los inmigrantes deben permanecer acuclillados, y que hayan entregado el timón a los subsaharianos. Una vez cobrado el dinero del viaje, el final de los inmigrantes les resulta tan indiferente como el de la frágil lancha.

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