Neruda vive
"Aquí sólo hay una cosa peligrosa para ustedes, la poesía". Enfermo ya de muerte, Pablo Neruda (1904- 1973), de cuyo nacimiento hoy se cumplen cien años, les dijo esa rotunda frase a los soldados que allanaron y saquearon su casa de Isla Negra pocos días después del golpe de Pinochet. Fue el inicio de uno de los más ignominiosos sucesos de la historia moderna y del que Chile lentamente fue recuperándose tras el retorno de la democracia en 1989. La muerte le ahorró el sufrimiento de casi dos décadas de brutal dictadura, pero le zafó de ser testigo del desprestigio y humillación en los que ha acabado cayendo el general Augusto Pinochet por sus delitos contra los derechos humanos.
Mientras la proyección y la salud del ex dictador se deterioran, la imagen del premio Nobel de Literatura de 1971 se agranda. Treinta años después se le rinde sincero homenaje, como el que organizaron la semana pasada varios cantantes españoles en el Fórum de Barcelona. Y se reconoce la validez de su poesía heterogénea, incluso de aquella que empleó como arma política. Comunista hasta el final, Neruda se ahorró presenciar la descomposición de toda la arquitectura marxista, la desaparición de la Unión Soviética y de todos los signos de una doctrina que él profesó; en definitiva, la evidencia de sus errores. Pero su denuncia de la injusticia y su solidaridad con los humillados y ofendidos no son ideales trasnochados en un mundo donde la distancia entre los más y menos favorecidos se agranda.
Veinte poemas de amor, quizá su obra lírica más conocida, sigue siendo tan impactante en edades maduras y adolescentes como cuando la escribió. Neruda fue viajero, amante, vividor, subjetivo, pero también realista. "El poeta que no sea realista va muerto. Pero el poeta que sólo sea realista va muerto también", afirmaría en una ocasión y lo evocaría en muchas de las líneas de Confieso que he vivido, su autobiografía, escrita poco antes de la muerte.
Embajador en París durante el gobierno de la Unidad Popular del presidente Allende (1970-1973), el escritor chileno admiró España, su segunda patria, donde vivió en los años treinta como cónsul en Barcelona y Madrid. Le marcó nuestra Guerra Civil, padeció los horrores de la confrontación y desde su cargo diplomático logró que muchos del bando republicano salvaran la vida y que algunos miles terminaran por encontrar refugio en Chile.
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