Convergencia divergente
Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) ha celebrado su decimotercer congreso, el primero en la oposición tras 23 años de permanencia en el Gobierno. El partido que preside Jordi Pujol y del que es secretario general Artur Mas empieza a despertar dolorosamente a la dura realidad que impone estar fuera del poder, ese cemento que le ha permitido una cohesión políticamente envidiable. Para intentar mantenerla, y aun a riesgo de artificiosidad, las ponencias y los discursos han sido autocomplacientes, autoafirmativos, exentos de autocrítica, con la idea de que eso facilitaba el cierre de filas en torno a Mas.
Así, el informe de gestión fue autoexculpatorio para la gestión convergente. Pujol reivindicó incluso el "lado bueno" del Plan Hidrológico Nacional (las inversiones) y aseguró que los pactos con PSOE y PP fueron positivos para la gobernabilidad, aunque malos para CDC. Nada nuevo. La responsabilidad del declive electoral y de los errores se atribuyó, como siempre, a los demás partidos.
Mucho tendrá que cambiar mentalmente Convèrgencia si quiere volver al poder, posiblemente en compañía de esas fuerzas, como Esquerra, a las que tanto estigmatiza. Aunque al mismo tiempo le lance guiños de radicalidad. No es seguro que los republicanos, aún indefinidos tras su congreso, entre la retórica inflamada y el pragmatismo del gobernante que pretende ocupar el espacio electoral de su antecesor, acepten sin más un envite que supone un disparatado concurso sobre quién es más fundamentalista. Así, por primera vez en este congreso, los nacionalistas otrora moderados han definido por fin su modelo de Estado como confederal, lo que contrasta con el posibilismo pujoliano de siempre, el autonomismo ecléctico y la persistente negativa a reformar la Constitución y el Estatuto. ¿Asumirán este giro las bases electorales que apreciaban la templanza convergente?
Peor aún, el Congreso ha rechazado de fondo la nueva Constitución europea, por no reconocer la oficialidad del idioma catalán en la UE. Aunque la posición definitiva sobre esta materia -que podría llevar a plantear un no en el prometido referéndum sobre el Tratado Constitucional en España- queda pendiente de un cónclave extraordinario. El congreso de CDC ha ignorado que en dos meses el estatuto del catalán ha avanzado en Bruselas más que en los 23 años -pasivos a estos efectos- de su Gobierno. El nacionalismo pujolista siempre fue apasionadamente europeísta. Si sus herederos no rectifican este frívolo giro euroescéptico, contrario a su historia y que les asocia a las peores compañías continentales, corre el riesgo de derivar hacia la marginalidad.
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