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Columna
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Células y toallas

El banco de líneas celulares de Andalucía, en Granada, se convertirá la próxima semana en el Banco Nacional de Líneas Celulares. Cuatro de sus miembros viajarán a Suecia, al Instituto Karolinska -nada menos-, y se vendrán con las primeras células-madre embrionarias. Ojalá no se vaya la luz cuando, una vez aquí, las metan en la nevera. Y otra cosa: ha sido un acierto anunciarlo en temporada alta. Los veraneantes pensarán que han venido a pasar la primera quincena de julio a la vanguardia científica del Estado español. Gracias al socialismo de Chaves los andaluces vamos, juntos e imparables, hacia la cumbre de la ciencia mundial.

Aprovecho la euforia para pedir desde aquí al delegado de Educación de la Junta de Andalucía en Almería que cuando empiece el curso en septiembre y se hayan ido los veraneantes se haga un esfuerzo presupuestario para poner toallas en los cuartos de baño de los parvulitos. A ver si los niños bilingües de nuestra región se van a electrocutar cuando toquen con las manos mojadas alguno de los muchos ordenadores (era un ordenador por cada dos niños, ¿no?) que pronto se instalarán los colegios públicos de Andalucía, para envidia de la enseñanza privada.

No hay día que este periódico no publique una carta firmada por un maestro o por un profesor de la enseñanza pública. La cosa no es una novedad: el estado de la educación en Andalucía es tan lamentable, faltan tantos recursos y son tantas las chapuzas que las cartas pidiendo material, personal o simplemente auxilio son ya parte de nuestro paisaje cotidiano. A juzgar por el resultado, estas cartas -estremecedoras todas ellas- entran por un oído de nuestros responsables políticos y salen por el otro.

De un tiempo a esta parte hay un cambio en el tono de esas cartas. Hasta hace poco solían ser vehículo de quejas o peticionas, pero cada vez son más frecuentes las cartas de renuncia. Sus firmantes -profesores, maestros en algún colegio público de Andalucía- ya no piden nada, ya no se quejan. Simplemente anuncian su retirada: si alguna vez tuvieron vocación para la enseñanza, el desinterés o la incompetencia de la Junta, la presión de los padres, y en general el desprecio que la sociedad siente hacia la pedagogía, les ha hecho ver que lo más inteligente y lo más saludable es pasar de todo. La última carta, la que me induce a escribir esta columna, es la que firmaba el pasado miércoles Inmaculada Cembellín de la Maya, una joven profesora de Sevilla, que describía cómo en solo seis años había perdido su pasión por la enseñanza. A mí, por la parte alícuota que me corresponde en este desastre, se me cayó la cara de vergüenza.

Sería injusto cargar las tintas contra la Junta de Andalucía. La destrucción de la enseñanza pública trasciende el poder de un gobierno regional. Pero también es cierto que de una Junta gobernada desde hace siglos por el PSOE cabría esperar otra actitud. No creo que ningún andaluz haya cifrado nunca sus esperanzas de desarrollo en que Andalucía esté a la vanguardia de la investigación con células-madre. Casi todos los que conozco se conformarían con toallas en los baños de los parvulitos.

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