_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Células y toallas

El banco de líneas celulares de Andalucía, en Granada, se convertirá la próxima semana en el Banco Nacional de Líneas Celulares. Cuatro de sus miembros viajarán a Suecia, al Instituto Karolinska -nada menos-, y se vendrán con las primeras células-madre embrionarias. Ojalá no se vaya la luz cuando, una vez aquí, las metan en la nevera. Y otra cosa: ha sido un acierto anunciarlo en temporada alta. Los veraneantes pensarán que han venido a pasar la primera quincena de julio a la vanguardia científica del Estado español. Gracias al socialismo de Chaves los andaluces vamos, juntos e imparables, hacia la cumbre de la ciencia mundial.

Aprovecho la euforia para pedir desde aquí al delegado de Educación de la Junta de Andalucía en Almería que cuando empiece el curso en septiembre y se hayan ido los veraneantes se haga un esfuerzo presupuestario para poner toallas en los cuartos de baño de los parvulitos. A ver si los niños bilingües de nuestra región se van a electrocutar cuando toquen con las manos mojadas alguno de los muchos ordenadores (era un ordenador por cada dos niños, ¿no?) que pronto se instalarán los colegios públicos de Andalucía, para envidia de la enseñanza privada.

No hay día que este periódico no publique una carta firmada por un maestro o por un profesor de la enseñanza pública. La cosa no es una novedad: el estado de la educación en Andalucía es tan lamentable, faltan tantos recursos y son tantas las chapuzas que las cartas pidiendo material, personal o simplemente auxilio son ya parte de nuestro paisaje cotidiano. A juzgar por el resultado, estas cartas -estremecedoras todas ellas- entran por un oído de nuestros responsables políticos y salen por el otro.

De un tiempo a esta parte hay un cambio en el tono de esas cartas. Hasta hace poco solían ser vehículo de quejas o peticionas, pero cada vez son más frecuentes las cartas de renuncia. Sus firmantes -profesores, maestros en algún colegio público de Andalucía- ya no piden nada, ya no se quejan. Simplemente anuncian su retirada: si alguna vez tuvieron vocación para la enseñanza, el desinterés o la incompetencia de la Junta, la presión de los padres, y en general el desprecio que la sociedad siente hacia la pedagogía, les ha hecho ver que lo más inteligente y lo más saludable es pasar de todo. La última carta, la que me induce a escribir esta columna, es la que firmaba el pasado miércoles Inmaculada Cembellín de la Maya, una joven profesora de Sevilla, que describía cómo en solo seis años había perdido su pasión por la enseñanza. A mí, por la parte alícuota que me corresponde en este desastre, se me cayó la cara de vergüenza.

Sería injusto cargar las tintas contra la Junta de Andalucía. La destrucción de la enseñanza pública trasciende el poder de un gobierno regional. Pero también es cierto que de una Junta gobernada desde hace siglos por el PSOE cabría esperar otra actitud. No creo que ningún andaluz haya cifrado nunca sus esperanzas de desarrollo en que Andalucía esté a la vanguardia de la investigación con células-madre. Casi todos los que conozco se conformarían con toallas en los baños de los parvulitos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_