_
_
_
_
IDA Y VUELTA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cariño para la angustia

Enrique Vila-Matas

El pasado domingo, me dije que, pasara lo que pasara en la final de la Eurocopa de fútbol, dedicaría mi artículo del domingo siguiente a Portugal, muy especialmente a una gran escritora de ese país, Agustina Bessa-Luis, de la que la pequeña editorial vallisoletana Cuatro acaba de publicar Contemplación cariñosa de la angustia, una recopilación de sus conferencias y ensayos. Mientras me decía esto, leí el artículo La hora de Portugal, de Santiago Segurola, donde se comentaba que la selección lusa había demostrado un enorme carácter en situaciones muy complicadas y era mejor equipo que Grecia. Como mi artículo del domingo siguiente, aprovechando el inquietante encanto del título de Agustina Bessa-Luis, iba a llamarse Cariño para la angustia, reparé mucho en las últimas frases de Segurola: "Ahora (Portugal) se dispone a celebrar el mayor éxito de su historia. Si eso se convierte en horror al vacío, se encontrará con el peor rival posible. Cuando la angustia aflora, Grecia no perdona".

Hoy sabemos ya que la angustia afloró y Grecia no perdonó. Y de lo que había yo proyectado escribir en mi artículo, me desvío unos segundos para decirles a los portugueses que lo siento, pues no pudo ser que naciera el quinto imperio, ese que los nostálgicos del rey don Sebastián de Portugal esperan desde hace siglos. Lo siento, pero me pregunto si no habrá sido mejor que las cosas fueran así -es tan patético y espantoso el delirio griego-, me pregunto si la derrota no le habrá sentado mejor que la victoria a ese elegante, viejo y noble país que es Portugal. De su cultura me parece que apenas conocemos a Pessoa, Lobo Antunes, Saramago y tal vez a Manoel de Oliveira, un artista cuya edad, que está más allá de los 90 años ("lo que me agota es estar parado"), no le impide estar entre los mejores cineastas de Europa. Precisamente acaba de estrenarse Un film falado (Una película hablada), de la que, sólo por abreviar, diré que es llana y simplemente una obra maestra, tiene la calidad que les falta a tantos imparables y chocarreros artistas de nuestros días. Manoel de Oliveira, precisamente, ha pasado a la pantalla en muchas ocasiones novelas de su querida vecina de Oporto, Agustina Bessa-Luis, novelista y ensayista que lleva escribiendo más de ochenta años y que sabe lo que es el trabajo paciente con el lenguaje ("la búsqueda del éxito fácil provoca grandes fiascos") y no está muy enterada, por suerte para ella, de ese fenómeno de literatura ligera en el que colaboran hoy muchos directores de editoriales aterrorizados por si no venden un libro lo suficiente y los echan a la calle, lo que está provocando miedo y falta de riesgos, y que la novela dirigida a un público de tercera fila de hamburguesería imponga más obscena y rotundamente que nunca esa grosera y cada vez más absolutista moda a la que muchos editores, libreros y lectores exclusivamente se apuntan: la del libro que se vende gracias al supuestamente infalible boca a oreja (gesto que me parece poco higiénico) y que deja afuera a novelistas como Bessa-Luis, de la que si, tras 80 años de impasible, que no imparable, paciente escritura y genialidad, sólo le han traducido cuatro o cinco libros, ahora seguramente aún le traducirán menos, pues no parece que la autora de la genial e imprescindible Un perro que sueña pueda llegar a ser foco de interés de quienes, de un tiempo a esta parte, han agrandado su manía de depositar vulgaridades en nuestras maltrechas orejas. Como si las bocas fueran infalibles y, es más, como si nosotros tuviéramos que vivir por decreto siempre en las hamburgueserías.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_