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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Stalin: el león y las hienas

La apertura de los archivos soviéticos una vez caído el telón de acero ha permitido al periodista Simon Sebag penetrar a fondo en la vida privada y pública de Stalin. Un trabajo que viene a confirmar la faceta criminal del dictador y su destreza para adoptar una sonrisa sociable con sus colaboradores, aunque más tarde no dudara en enviarlos a la muerte.

Antonio Elorza

La apertura parcial de los archivos soviéticos en la década de 1990 hizo posible un espectacular salto adelante en el conocimiento de la política y de las personas que entre 1917 y 1991 dirigieron "la experiencia comunista". Gracias a la nueva documentación, y desde los estudios pioneros de Volkogonov, cayeron como castillos de naipes las interpretaciones que trazaban una divisoria entre el buen comunismo de Lenin y el perverso de Stalin, pudo comprobarse también que la política de la URSS fue en ocasiones cruciales, como la guerra de España, más compleja de lo que suponía en maniqueísmo precedente, y en fin quedaron al descubierto los mecanismos del terror rojo entre 1935 y la muerte de Stalin en 1953.

LA CORTE DEL ZAR ROJO

Simon Sebag Montefiore

Traducción de

Teófilo de Lozoya

Crítica. Barcelona, 2004

854 páginas. 29,90 euros

Las nuevas posibilidades de conocimiento se incrementaron cuando en 1999 el fondo Stalin fue puesto, siempre parcialmente, a disposición de los investigadores. Muy pronto, en 2001, Pável Chinski presentó una primera descripción de la forma en que Stalin dirigía la política soviética en la década 1926-1936, publicando documentos que en sí mismos eran más valiosos que cualquier comentario. Ahora es Simón Sebag, periodista especializado en el género biográfico, quien sobre ese archivo y buen número de consultas y entrevistas aborda un empeño mucho más ambicioso: reconstruir le vida privada y pública del "zar rojo" desde su consolidación en el poder a principios de los años treinta, coincidiendo con el suicidio de su esposa Nadia, hasta su muerte.

En el libro de Sebag, Stalin aparece como un personaje bifronte: implacable en cuanto al empleo de los procedimientos más criminales con tal de afirmar su poder contra cualquier adversario, real o imaginario, y al mismo tiempo empeñado en desarrollar una intensa sociabilidad con quienes son sus colaboradores, lo cual no impide que muchas veces los envíe desde el abrazo amistoso a la tortura o a la ejecución sumaria. A ellos, o a sus esposas, con las cuales se ensaña particularmente. En realidad, teniendo en cuenta lo que hizo Lenin, la victoria de Stalin en la carrera por el poder, así como el ejercicio del mismo en forma criminal, no constituía sorpresa alguna. El georgiano era la banca en un casino donde los jugadores ponían en peligro su preeminencia por el solo hecho de intentar ganar en la partida. Y ante la constatación de ese riesgo, o por la mera sospecha, él respondía con la aniquilación. Sólo convirtiéndose en peones que se comportan reproduciendo su juego era posible intentar la supervivencia, a modo de hienas que siguen al león y luego disputan entre sí por los restos de las presas.

Nadie como Sebag ha conse-

guido hasta ahora rehacer minuciosamente ese cuadro de horrores, ni precisar el papel de los monstruos subalternos que colaboraron con él, de Yagoda a Beria, de Mólotov a Jruschov. Ahora bien, una vez reconocido esto, así como la fluidez del relato, el lector debe confesar que añora la precisión en las citas y en las reproducciones documentales de Chinski. Y también una mayor atención a la política interior no terrorista y a la estrategia internacional. Aquí sí que Stalin era un zar rojo preocupado por aplicar la razón de Estado a la ascensión de los fascismos, a la guerra de España o a la situación creada en Múnich por Francia y el Reino Unido. La calidad del análisis desciende de modo espectacular en tales aspectos centrales de su política, hasta el punto de resultar irrelevantes sus apreciaciones (caso de España). La simple lectura del diario de Dimitrov nos informa más de lo que apunta Sebag.

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