Aviesa fábula política
Una secuencia, situada al comienzo de este extraño y absorbente thriller de David Mamet, ilustra a las mil maravillas la estrategia de discurso que subyace bajo esta Spartan: dos aspirantes a comandos de los marines son encerrados, bajo la atenta mirada de uno de los instructores (el estólido, pero muy efectivo, Kilmer), en una habitación cerrada. Se les informa que sólo uno saldrá por su pie de allí y que será el elegido para una misión. Se lanzan uno contra otro, pero... la cámara se va detrás de Kilmer, que en ese momento sale de la habitación. Así, a las claras y en el primer cuarto de hora, Mamet informa a su espectador de dos cosas importantes: una, que uno de los dos encerrados está llamado a desempeñar algún papel en la función. Dos, y mucho más importante: la cosa no va de mamporros, sino de otra cosa, y que puesto que sus protagonistas son marines, harán cosas drásticas; pero puede que incluso jamás las veamos.
SPARTAN
Dirección: David Mamet. Intérpretes: Val Kilmer, Tia Texada, Derek Luke, William H. Macy, Kristen Bell. Género: acción, EE UU, 2004. Duración: 106 minutos.
Desde ahí, la acción de Spartan se desarrolla sin perder nunca su norte ni la orientación de su relato, siempre focalizado en el omnipresente Kilmer. Pronto, la misión que alguien (¿quién? No importa) asignará al héroe será la de encontrar a una joven (¿quién? Tampoco parece importar) que, por obra de una fábula que en algún momento contará Kilmer, sabremos que tiene altísimos destinos en la nación. Pero aunque parezca mentira con estos ingredientes, no estamos muy lejos de Casa de juegos, la espléndida película que dio a conocer al entonces joven dramaturgo estadounidense: a pesar de los marines, de sofisticadas operaciones que se desarrollan al pie de la letra (el ritmo de la película es endiablado, y gran parte de las debilidades de la trama, que las tiene, se esconden a la perfección detrás de la torrencialidad de lo que se narra: el espectador casi no tiene tiempo de pararse a reflexionar sobre nada) y de una controlada pero muy efectiva violencia, estamos ante otra película de timadores, aunque aquí quien demuestra serlo sea nada menos que el narrador.
Así, Spartan avanza a un ritmo endiablado, con una perfección en el montaje y una fotografía hosca, casi áspera (una gentileza del español Juan Ruiz Anchía), hacia una resolución que deja literalmente con la boca abierta: un drama que sucede en... Dubai, uno de los firmes aliados americanos en el Golfo, más una trama de desconsiderados políticos profesionales y un final cínico y desesperanzado hacen del filme un perfecto ejemplo de cómo construir un artefacto de gran espectáculo (estamos lejos de los escasos medios con que suele contar Mamet en el resto de sus espléndidas películas) al servicio de una aviesa, intencionada, mordaz reflexión política y moral..., una encarecida recomendación para cualquier espectador sensato.
Babelia
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