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Columna
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Territorio sostenible

Bien sea por mera chamba o por cálculo, parece muy pertinente que la Ley autonómica de Ordenación del Territorio y defensa del Paisaje se haya promulgado en el marco del Año Cavanilles, nuestro paisano e ilustrado botánico del siglo XVIII, cuya obra es imprescindible aún hoy para conocer la piel contrastada de este País Valenciano y su riqueza paisajística en la medida que no ha sido malversada o simplemente transformada. Una lectura recomendable, además, para quienes gustan leer castellano cabal. Feliz efeméride, decimos, de la que hubiéramos podido prescindir, sin embargo, con tal de anticipar el alumbramiento de este texto legal que se viene postergando desde el año uno de esta democracia y mediante el que se aspira a poner algún orden en el caos urbanístico y medioambiental que nos aflige, acotando futuros desmanes. O eso creemos.

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, ha querido realzar este episodio presentando al efecto un Manifiesto de la sociedad valenciana por un desarrollo sostenible del territorio, que sumariamente es un compendio de compromisos, de los que, es un suponer, podremos pedirle cuentas a las sucesivas administraciones públicas a tenor de su grado de cumplimiento. Por lo pronto no se ha trascendido el ámbito de los buenos deseos y de las admoniciones corteses. El padre de la criatura, el consejero Rafael Blasco, y el rector de la Universidad Politécnica, Jesús Nieto, fueron asimismo testigos y agonistas de esta formalidad, a la que concurrieron no pocas fuerzas vivas, herederas forzosas o cómplices de los ecocidios perpetrados por estos pagos.

Palabras corteses del presidente, repetimos, pero insólitamente aleccionadoras acerca de la fragilidad del territorio y el cuido con que hay que tratarlo para que no se eche a perder en el plazo de dos generaciones. El emplazamiento lo acotó el mismo presidente, lo cual nos parece significativo de la gravedad con que diagnostica la situación. Acostumbrados como estamos a que ningún político con mando en plaza designe a las cosas por su nombre, y menos aún que asuma mientras gobierna el desmadre territorial, esta leve crítica y augurio se nos antoja tan rara como plausible.

El jefe del Consell también se refirió a los modelos urbanos propios de la cultura urbana mediterránea, los cuales postula en beneficio del desarrollo sostenible del territorio. Confesamos no saber a qué se refiere, pues sin duda no alude al modelo urbanístico que más ha prosperado y lo sigue haciendo al amparo de la laxitud legal y la venalidad presunta de tantos ediles y gobernantes. Unas pocas muestras del modelo que nos alarma divulgadas estos días en la prensa son, por ejemplo, los cinco rascacielos parcialmente ilegales de La Vila Joiosa sin que el alcalde esté penando en galeras, los 312 pisos construidos en un terreno reservado para camping en Orpesa, la proliferación de viviendas clandestinas en la huerta de Catral, el hacinamiento y etcétera. Tampoco es modélico, dicho de pasada, que este país hermoso y frágil carezca de plantas recicladoras de aceites usados y de residuos peligrosos, o que las explotaciones de canteras muerdan y maten impunemente las montañas... Estaría bien que el presidente subiera el tono crítico y autocrítico de su discurso. Más denuncias y menos preces.

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