Sete y Rossi, por los suelos
El español y el italiano se caen en un asfalto indecente y el japonés Tamada logra la primera victoria de su carrera
Un circuito innoble, lleno de trampas, que no merece el nombre que lleva, el de uno de los grandes de la fórmula 1, Nelson Piquet, arruinó las expectativas de Gibernau y Rossi, de Rossi y Gibernau, tanto monta, que vivieron ayer un día de pesadilla, que quizá sólo sea un paréntesis en el memorable duelo que mantienen en la máxima categoría del motociclismo mundial. Se cayó el español en la segunda vuelta y se cayó el italiano en la decimotercera, traicionados por un asfalto antipático, sucio, repleto de baches, en el que hay que rozar la perfección para no encontrarse un agujero en el camino. Ganó el japonés Makoto Tamada, héroe por accidente, cuya hoja de servicios no enseñaba hasta ayer más que un tercer puesto, conquistado también en Brasil el pasado año.
Y eso que la carrera prometía. Arrancó en cabeza el estadounidense Kenny Roberts, del que nada se sabía desde que en 2000 conquistara, para sorpresa de todos, el Mundial. Con él se fueron en fila india Max Biaggi, el brasileño Álex Barros y el también norteamericano Nicky Hayden, corredores que, quitando al italiano, poco o nada tienen que decir en la clasificación general. Inmediatamente detrás viajaban Sete y Rossi, tan juntos, tan hermanados, en lo que se antojaba otra lucha de gigantes.
Pero en la segunda vuelta todas las previsiones se rompieron. Sete cambió la trazada en su intento de arrimarse a Barros, lo que él mismo calificó de error al tratarse de una pista en la que conviene seguir siempre una especie de línea imaginaria, y la rueda delantera de su Honda se comió un bache. La moto le lanzó por los aires, el español se hizo un ovillo en la caída para evitar lesiones y rodó por el césped junto a su máquina.
Se encontró Rossi con el camino libre. Tal y como transcurre el campeonato, con él y Sete igualados en lo alto de la general, cualquier puesto de honor, el cuarto por ejemplo, donde se situó tras adelantar a Roberts, significaba alejarse de Gibernau. Pero no va con el italiano eso de echar mano de la calculadora y conformarse con cosechar unos puntitos, por golosos que sean. Rossi corre para divertirse. Y divertirse, en su caso, significa ganar y montar su particular juerga disfrazado de doctor, de guardia de tráfico o de cuidador del zoo.
El caso es que en la 13ª vuelta se coló Rossi en una curva, como se cuela en otras muchas, con tan mala suerte que la rueda trasera le hizo un extraño, la moto culeó y él se fue al suelo. Tras ponerse en pie, corrió a por la Yamaha, que yacía a unos metros, la levantó e intentó arrancarla, sin éxito.
Tres años habían transcurrido desde la última caída de Rossi en una carrera. Ocurrió en 2001, en el circuito italiano de Mugello. Entonces, en la última vuelta, cuando iba segundo, buscó un premio aún mayor. Se la pegó. 49 grandes premios han pasado desde entonces, sin que Rossi, que ha vencido en 31, cayera a la lona.
El escenario que quedó fue el más inesperado. Todo parecía indicar que Biaggi impondría su experiencia ante Tamada. Pero el japonés decidió que le importaban un comino los galones de su compañero en Honda y ganó, triunfo que Sete y Rossi contemplaron por televisión, lejos del podio del que hace tiempo se adueñaron.
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