Occidente en el diván
Edward Said fijó el concepto "orientalismo" en el libro del mismo nombre publicado en 1979. Said demostraba, a partir del método de Foucault en Arqueología del saber, que la idea de Oriente construida por la cultura occidental no sólo es falsa, sino que estuvo vinculada de modo absoluto al poder colonial. El mismo poder, actualizado, maneja esa idea anómala en los conflictos contemporáneos que afectan a Oriente. Hay que señalar que el libro de Said, sobre controvertido, resultó espléndido en su época para abrir una ventana más sobre la ignorancia y la insensatez en que se basa el saber occidental; aunque sería necesario añadir que esta ignorancia e insensatez no afectan sólo a la idea de Oriente, sino también, y ya que nos ponemos, a la idea de Dios, de la Mujer, del origen del Estado, del Honor, del Amor y, si me apuran, y no es un chiste, del Tiempo.Entre los argumentos manejados por los detractores que entonces tuvo el libro de Said, se pueden espigar dos interrogantes que siguen siendo válidos para preguntarse a su vez qué propósito, además del alcance político, conlleva esa crítica del "constructo" de Oriente. La primera resulta obvia: ¿cuál es, entonces, el verdadero Oriente? La segunda oscila entre la paradoja y la tautología: ¿no se realiza esa crítica con la misma dialéctica de la cultura occidental, por tanto forma parte de ella, y en consecuencia debería agruparse con el resto de revisiones que esa cultura hace sobre sí misma? Esas preguntas siguen sin respuesta y tampoco las resuelve Extraño Oriente.
EXTRAÑO ORIENTE
Ziauddin Sardar.
Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar
Gedisa. Barcelona, 2004
218 páginas. 14,90 euros
El libro de Sardar consta de cinco partes. En la primera, El concepto de orientalismo, ya se hace a un tiempo la ley y la trampa: se toma como ejemplo la película Madame Butterfly para explicar la idea de orientalismo, sobre todo, como almacén especular de todas las represiones de Occidente. Ahí aparece el diván psicoanalítico, y la narración del conmovedor y patético desastre de un individuo se toma como ejemplo, con la habitual ligereza y la falta de escrúpulos de la llamada crítica cultural, para situar en primer término las resonancias históricas y culturales que la obra pueda tener sobre cualquier planteamiento artístico. A uno le dan ganas de ponerse estupendo y parafrasear a Flaubert cuando dice que "la gente está demasiado dispuesta a creer que la función del sol es ayudar a crecer las coles". Porque esa elección maliciosa, que sirve como ejemplo matriz de un discurso sobre la ignorancia y la insensatez de la idea de Oriente, alcanza cotas de delirio en las partes cuarta y quinta del libro (La práctica contemporánea del orientalismo y El futuro postmoderno del orientalismo) cuando se mete en el mismo saco y según convenga Los versos satánicos, la obra de Naipaul, las tortugas Ninja y la serie Kung-Fu. Todo esto podría tener algún valor de indicio de la formación de un vago inconsciente colectivo, si en la segunda parte (Breve historia del orientalismo) el autor no se lanzase por el campo abierto de la historia de Occidente y, con la misma objetividad que un abogado marrullero, seleccionara aquí y allá ejemplos de propaganda y de fomento de la ignorancia para luego frenar en seco y decirnos que "atravesar a toda velocidad tantos siglos de historia de Occidente es mutilar su complejidad". Pues más bien sí, y si no se expresan en toda su complejidad los términos de un debate complejo, si ignoramos sin más la dudosa credibilidad como documento que tuvieron los libros de viaje hasta fines del XVIII o que quizá Al Andalus pudo haber sido alguna vez una colonia y no nació por generación espontánea, si dejamos de lado las continuas revisiones que, mejor o peor, Occidente ha realizado sobre su propia cultura, pues mejor no haber empezado. Extraño Oriente, en su explotación psicoanalítica de la culpa y de la queja, en su verborrea apresurada, en su confusión y en su molesto rumiar de crítica cultural más sensacionalista, tiene tanto que ver, en cuanto a hondura y capacidad de opinión, con Orientalismo de Said como, por ejemplo, el ¡Hola! con Teoría de la clase ociosa. Los segundos, con toda su contradicción, se esfuerzan en iluminar y analizar situaciones. Los primeros explotan el hallazgo a bote pronto con fines espurios y simulan rigor en lo trivial.
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