Con nórdica frialdad
Primera película que llega hasta nosotros de un director danés con varios títulos ya en su haber, La herencia, sorprendente premio al mejor guión en el pasado festival de San Sebastián, es una tan correcta como gélida, tan interesante como distante peripecia sobre la ineluctabilidad de ciertos destinos; una fábula moral en la que el aparente príncipe bueno deviene corrosivo director de empresa, al tiempo que ve cómo su vida afectiva se deshace en mil pedazos.
Narrada en forma de un largo flash-back, La herencia muestra, en sus comienzos, a un feliz propietario de un restaurante (Thomsen), cándidamente enamorado de su chica, una prometedora actriz de teatro (Werlinder), a quien con notoria ironía el director y guionista coloca en vísperas de interpretar a Julieta en el inmortal drama de Shakespeare. Pero una acción en la que nada tiene que ver la pareja, el suicidio del padre de Thomsen, deja a éste literalmente al frente de una inmensa fortuna familiar en forma de gran acería con cerca de un millar de trabajadores y un futuro incierto. Este dato, cuidadosamente oculto en el comienzo, es el que actúa como motor de una acción que va obligando a nuestro primero cuitado pero luego inflexible capitán de empresa por los caminos que él no imaginó para su futuro.
LA HERENCIA
Dirección: Per Fly. Intérpretes: Ulrich Thomsen, Lisa Werlinder, Ghita Norby, Lars Brygmann, Karina Skands, Peter Steen. Género: drama, Dinamarca, 2002. Duración: 107 minutos.
Así, la película se convierte en una fina muestra de cómo funciona hoy el capitalismo industrial, tanto da si adscrito al modelo nórdico o a cualquier otro posible: reducción de plantillas, convergencia de intereses con una firma francesa, progresiva reducción de su plantilla de altos cargos, traiciones y desengaños..., cosas de todos los días en el mundo de las fusiones e integraciones internacionales. Fly cuenta todo esto con una distancia que en ocasiones -como cuando habla justamente del trasfondo de los negocios- actúa a su favor. Pero se le contagia también a los momentos más dramáticos, esos en los que distancia significa una herida mortal para la adhesión del respetable con la suerte de los personajes.
De ahí parten los peros que se pueden hacer al filme, que no obstante ostenta una cuidadísima puesta en escena, una más que correcta interpretación y un guión de inusual solidez. Pero le falta el gramo de arrebato, de locura, para dejar a los personajes con sus verdades al aire (sobre todo al que interpreta Thomsen, verdadero centro de todo lo que se negocia en la ficción, y aquel que más cambia a lo largo del filme). Pero se ve sin desdoro, con interés y en ocasiones hasta con un punto de angustia, mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de títulos que pueblan nuestras carteleras en estos inhóspitos días de verano.
Babelia
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