Serbia vota futuro
La elección en Serbia del reformista Borís Tadic frente a la caverna representada por Tomislav Nikolic es, por fin, después de año y medio sin presidente, una apuesta de futuro para el postrado pais balcánico, y así ha sido celebrada inmediatamente por la Unión Europea y Estados Unidos. Tadic ha sacado a su rival ocho puntos de ventaja en las elecciones más importantes desde el derrocamiento de Slobodan Milosevic, triunfo claro en unos comicios donde, para evitar las tres anulaciones anteriores, se había abolido el umbral mínimo de participación para otorgarles validez.
Los poderes del nuevo presidente de Serbia son muy limitados, pero su victoria marca una inflexión en uno de los países más lastrados de Europa, incapaz todavía de interiorizar su papel en las devastadoras guerras yugoslavas, urdidas y perdidas por Milosevic y de las que ahora da cuenta en La Haya. La elección de Tadic frena el deslizamiento de Belgrado hacia posiciones incompatibles con la Europa en marcha. El hasta ahora líder del opositor Partido Democrático, que sucedió al asesinado Zoran Djindjic, tiene entre sus prioridades cooperar con la UE y con el Tribunal de Crímenes de Guerra para la Antigua Yugoslavia.
Su victoria, sin embargo, no significa que Serbia vaya a entrar automáticamente en una vía de rápida democratización. En la actitud hacia los criminales de guerra radica uno de los puntos cruciales. Belgrado afronta renovadas presiones del propio tribunal de la ONU y de Washington, que mantiene bloqueada una ayuda de 75 millones de dólares, para que facilite la captura de genocidas como Radovan Karadzic y Ratko Mladic. Pero la búsqueda y entrega de estos y otros fugitivos a los jueces internacionales no es una prioridad del primer ministro Kostunica, nacionalista y conservador, aliado en su día de los reformistas que destronaron a Milosevic y ahora enfrentado a ellos.
Kostunica, pese a sus diferencias, ha apoyado a Tadic en estas elecciones, y el vencedor anuncia que hará lo propio con el jefe del Gobierno minoritario. Para salir de su marasmo político y económico-social a Serbia le conviene un acuerdo entre ambos. Sin una cierta estabilidad institucional Belgrado no podrá afrontar cuestiones tan críticas como su declinante unión con Montenegro o el estatuto final de Kosovo, las dos potencialmente explosivas. Europa y EE UU deben aprovechar las nuevas circunstancias para favorecer con generosidad un despegue que la aislada Serbia necesita imperiosamente.
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