Frente a la desnacionalización, la nueva Convergència
El proceso de desnacionalización de Cataluña y su progresiva conversión en una más de las 17 comunidades autónomas avanza implacable.
Desde atalayas muy diversas uno es observador destacado de este proceso. Desde el propio Parlament de Catalunya, puede constatarse cómo el rodillo parlamentario de la mayoría gubernamental no sólo no ha avanzado en ninguno de aquellos temas que constituyen el núcleo de la construcción nacional de Cataluña, sino que se han producido votaciones incluso sorprendentes donde los postulados involucionistas han sumado los votos de nuestras izquierdas, autocalificadas de catalanistas, con el PP, fiel a sus convicciones centralistas de siempre.
Pero quizás las actuaciones del propio Gobierno de la Generalitat hayan sido las más reveladoras de la magnitud del proceso. Un mero recordatorio de las hazañas de la consejera Mieras bastaría para constatarlo. Pero hay elementos ciertamente más preocupantes en la política de comunicación del Gobierno, especialmente concentrada en la destrucción de la capacidad competitiva de la radio y la televisión públicas catalanas. Habría que felicitar a los nuevos directivos por lo aplicados y eficaces que han sido: en tan sólo seis meses ya han logrado que TV-3 pase del primer al tercer lugar en la cuota de pantalla y... bajando. Además, el trabajo sordo de neutralización de Catalunya Ràdio sigue imparable: el recorte de tiempo a los espacios más competitivos, la retirada de las ondas de todos aquellos que suenan a nacionalistas y un continuado proceso de degradación organizativa, pese a disponer de un excepcional equipo humano, constituyen paradigmas de este proceso.
Y si el observatorio es la capital del Estado, más a mi favor. La comparecencia del ministro Sevilla en el Senado anunciando "café para todos" y una nueva versión (eso sí, en talante cordial) homogeneizadora y coordinadora que sonó a LOAPA no fue ni siquiera contestada por el consejero Saura ni por el grupo de la Entesa, tan dedicada al aplauso incondicional del Gobierno socialista.
Estamos pues en un proceso de desnacionalización de Cataluña o bien de progresiva introducción de un españolismo light, como acertadamente lo definió Jordi Pujol.
¿Quién puede poner coto a esta situación? ¿Qué fuerza política puede ser capaz de actuar con convicción y eficacia para detener este proceso e invertirlo?
Sólo una fuerza puede o, mejor dicho, sólo una podrá. Se trata de CiU, siempre que consiga realizar una nueva convergencia con amplios sectores y recuperar el protagonismo político y la centralidad social que tuvo durante tantos años.
¿Cuáles son las claves para este ambicioso cometido? Tan simples que pudieran incluso parecer ingenuas.
CiU debe presentarse a la sociedad catalana bajo dos objetivos: el de la defensa convencida de todo aquello que contribuye a la construcción nacional y el de la actuación intensiva en pro del progreso de las ciudadanas y ciudadanos. Y cuando CiU habla de progreso lo hace en una doble vertiente: la del progreso social y la del crecimiento económico, que es condición imprescindible para el primero.
La nueva convergencia que pretendemos lo es con amplísimos sectores de nuestra sociedad que pueden responder a ideologías democratacristianas, liberales, centristas o socialdemócratas, pero que entienden que cabe sacrificar parte de sus supuestos doctrinales en aras de confluir en un proyecto nacional que sitúan como objetivo de orden superior.
Con la convicción, además, de que no hay contradicciones; no las ha habido y no las habrá. ¿Quién ha sido más progresista en materia ambiental o social que los sucesivos gobiernos de Pujol? ¿Quién ha sido pionero en el otorgamiento de derechos individuales y de reconocimiento de las nuevas formas de convivencia? ¿Quién ha efectuado una política de reinserción de penados más progresista que la Generalitat regida por CiU?
Ante los lógicos titubeos en horas ciertamente no sencillas, ante las demandas de giros precipitados o de renuncias gratuitas, la receta no admite dudas, ni su aplicación admite dilación alguna.
Tenemos la oportunidad, en el congreso de CDC de reiterar nuestro mensaje, de apostar de nuevo por acercarnos a tantos sectores populares, de dialogar, de entender la nueva sociedad, de participar de los anhelos más sentidos, de situar nuestra acción en el centro mismo de las preocupaciones de los ciudadanos. Es, en definitiva, la nueva convergencia, que ha de ser capaz de reconstruir nacionalmente Cataluña. La trascendencia de este objetivo puede y debe generar altas dosis de ilusión y traducirse en el nuevo impulso del catalanismo político resituando, así, a CiU en el eje central de la política catalana.
Pere Macias i Arau es secretario general adjunto de CDC.
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