Memoria de la barbarie
Dos supervivientes de Hiroshima y Nagasaki recuerdan las explosiones
Emiko Karatami regresó el 5 de agosto de 1945 a Nagasaki tras pasar varios meses sin ver a su padre. Vivió en una pequeña localidad a 70 kilómetros de la ciudad mientras duró la II Guerra Mundial. "Tenía dos años. Ese día desayuné con toda la familia. Hacía tiempo que no compartía mesa con mi padre. A las 8.15 horas cayó la bomba nuclear", explica Karatami. Retoma el hilo con la entereza propia de quien ya ha narrado esa historia varias veces. Junto a Hiroshi Miwa, otro superviviente de los bombardeos que supusieron la rendición de Japón en la contienda, esta mujer de 61 años recorre el mundo como testigo de la barbarie para que deje de desarrollarse el armamento nuclear. Ayer ambos lo hicieron en el Fórum de las Culturas de Barcelona ante un público que llegó a estremecerse con el relato.
"Intentaba recoger los cuerpos y se me quedaba la piel en las manos", rememora Miwa Hiroshi
Karatami pudo recomponer los que fueron los momentos más trágicos de su vida a través de su hermana mayor. "Mi casa estaba a un kilómetro del punto donde cayó el misil. Debió de ser horrible. La casa nos cayó encima. Mi madre me tenía en brazos, pero no me pudo sujetar. Mis hermanos me sacaron de los escombros y me llevaron hacia el río. Todo el mundo corría hacia allí. Mi hermano perdió el oído, mi padre murió a la semana y mi madre al cabo de tres".
Tres días después, Hiroshima era el escenario que escogió el Ejecutivo estadounidense de Harry Truman para lanzar el segundo proyectil cargado de energía nuclear. Miwa, que entonces tenía 17 años, vivía en la periferia de la ciudad, por lo que pudo evitar sufrir los efectos directos de la bomba. "Inmediatamente me dirigí al centro de la ciudad, donde empecé a buscar cadáveres. Pero ese misil no era como los demás. Intentaba recoger los cuerpos y se me quedaba la piel en las manos. Era completamente inhumano", recuerda.
Los dos supervivientes del ataque a las ciudades niponas colaboran hoy con la Fundación Japan Gensuikyo, que nació tras la primera conferencia sobre los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, en 1955, para trabajar por la prevención de los conflictos, la abolición del armamento nuclear y la solidaridad como forma de entendimiento entre las naciones. El año que viene, cuando se cumplirá el 60º aniversario de aquella barbarie, la fundación llevará a cabo una campaña internacional en la que reclamará el fin de lo que consideran "investigaciones para el desarrollo de más defensa nuclear por parte de Estados Unidos"y la firma de un tratado que comprometa a todos los países a la no proliferación de estas armas y al reconocimiento de las enfermedades derivadas de las explosiones.
La presidenta de Gensuikyo, Yayoi Tsuchida, aseguró que cerca de 7.000 personas siguen muriendo cada año como consecuencia de los efectos de las bombas. "El problema no radica sólo en las enfermedades que sufrieron los que vivían entonces en las ciudades, sino que éstas se transmiten generacionalmente", señaló Tsuchida. Además, existen también los efectos psicológicos, un lastre contra el que casi no ha podido luchar Karatami. "Me casé a los 19 años sin contárselo a mi novio. Pasó bastante tiempo hasta que me atreví a hacerlo, pero resultó que su familia no lo aceptó y nos separamos poco tiempo después", se lamenta.
"Durante mucho tiempo, no podías decir que eras de Hiroshima o Nagasaki. La gente tenía miedo a contagiarse", remacha Miwa. Ambos critican al Gobierno de su país, que es ya el segundo comprador mundial de armamento. "Hay acontecimientos que nunca se pueden borrar de la memoria colectiva de la humanidad y sin embargo hay quien parece obstinarse en olvidar", coinciden.
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