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Columna
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La antorcha verde

El próximo domingo llegará a Madrid la antorcha olímpica y estará unas tres horas en la ciudad, de camino a Atenas, donde se celebran los Juegos de este verano. El Ayuntamiento ha organizado algunas exhibiciones deportivas: esgrima a las puertas del Congreso de los Diputados, piragüismo en el Retiro, doma frente al Palacio Real y tenis en Nuevos Ministerios. Pero, sobre todo, se ha proyectado que se hagan algunos relevos en bicicleta y a caballo y que esa mañana se utilicen en la capital, de forma prioritaria, los famosos autobuses de hidrógeno que empiezan a engrosar la flota de la Empresa Municipal de Transportes y que son muchísimo menos contaminantes que los tradicionales. Todo eso porque se quiere demostrar que los Juegos Olímpicos de Madrid 2012 serían los más ecológicos de la Historia. Es como si, al pasar por Madrid, el fuego de la antorcha dejase de ser rojo y se volviera verde. Un fuego que en lugar de dejar humo envenenado a sus espaldas, dejara árboles y horizontes azules. Ojalá fuese verdad.

La apuesta por una ciudad y un mundo más verde, menos contaminado, debiera ser una de las prioridades de cualquier gobernante. No lo es casi nunca porque, por alguna extraña razón, los políticos del planeta han decidido que la mejor manera de acabar con los gases nocivos es incrementarlos y luego ya veremos, en lugar de luchar sin concesiones por las energías renovables y los combustibles limpios. De hecho, acaban de inventarle una trampa inaudita al protocolo de Kioto: una vez que las restricciones pactadas se vayan haciendo obligatorias, un país que haya agotado las toneladas de veneno que puede lanzar legalmente a la atmósfera, podrá comprarle parte de su derecho a contaminar a otro país, menos desarrollado, y seguir destruyendo cómodamente la Tierra. O sea, que es como si uno pudiese atracar un banco y luego comprarle su inocencia a otro. Y, sin embargo, es verdad.

A veces, al escuchar hablar a algunas personas se tiene la sensación de que el efecto invernadero, la innegable subida de la temperatura global, la desaparición de inmensas zonas forestales o el deshielo de algunas regiones polares fuesen nada más que simples mensajes apocalípticos, amenazas sin fundamento. Pero no lo son. Como ejemplo, la Organización Mundial de la Salud acaba de hacer público un estudio que demuestra que la contaminación del aire mata al año a cinco millones de niños en todo el mundo, cien mil sólo en Europa. Y avisa que esa cifra, si no se toman medidas radicales, se duplicará en muy poco tiempo. Desde ayer están reunidos en Budapest los ministros de Sanidad de los cincuenta y dos paises continentales de la Organización Mundial de la Salud, para discutir la situación y elaborar algunas propuestas, pero me temo que lo que salga de esa reunión será cualquier cosa menos algo rápido y radical. No se entiende muy bien que las medidas que pueden tomarse en una ciudad como Madrid para embaucar a los jueces que decidirán dónde se celebran los Juegos Olímpicos del año 2012, no puedan tomarse también para garantizar la existencia de esa misma ciudad.

¿Por qué no se afronta una transformación total de los transportes urbanos, se exige que todos los autobuses se muevan con hidrógeno o, en lugar de cavar túneles para enterrar el tráfico, se ponen en marcha tranvías? ¿Por qué no se fomenta la comercialización en masa de coches eléctricos? Ayer mismo, el Salón Inmobiliario que se celebra en Madrid presentó, entre sus novedades más llamativas, una casa ecológica, que atesora todas las virtudes de un hogar no contaminante. ¿Por qué no se impone ese modelo y se obliga a las constructoras a hacer exclusivamente viviendas de ese tipo? La ministra de Medio Ambiente acaba de hablar en favor de la energía eólica e hidráulica y contra la energía nuclear. Pero no creo que la solución sea la subida de tarifas eléctricas, entre otras cosas porque eso parece culpar de la contaminación a los consumidores y reducir el problema a una cuestión de simple derroche privado. Y no, ni hablar: ése no es el problema y ellos lo saben. Ojalá alguien quisiera conservar el humo verde que va a dejar la antorcha olímpica en Madrid, el próximo domingo. Qué maravilla, si lográsemos tener entre nosotros a un vendedor de humo como ése.

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