Era el equipo de la gente
La alineación de Sáez coincidió con la de la mayoría de la crítica, pero España jugó mal y alguna responsabilidad corresponde a los jugadores
Era el equipo de la gente. Era la selección que reclamaba la prensa. Eran los jugadores que definían un estilo. Eran jóvenes, y se supone que ambiciosos. Capitularon. No les faltó coraje en el combate final, tras el gol portugués, cuando el partido se escapaba a chorros. Pero se trataba de una voluntad aturdida. La capitulación se produjo antes, en el decepcionante primer tiempo, sin determinación para jugar, que es exactamente lo que verdaderamente se les pedía. Por eso era el equipo del pueblo, porque en la imaginación de la gente esos jugadores representaban lo mejor del fútbol español. Sáez los alineó uno a uno. En esa cuestión sólo es responsable de coincidir con la inmensa mayoría de aficionados y periodistas. Pero España jugó mal. No fue reconocible, no se pareció nunca al equipo que había disparado la imaginación. Alguna responsabilidad tiene que corresponder a los jugadores.
La eliminación se parece a todas las anteriores: temprana, con un resultado corto, esta vez ante el equipo anfitrión, como en la Eurocopa de Inglaterra o el Mundial 2002. Hay razones para sospechar de algo parecido al mal español, enfermedad irreversible que afecta a la selección en todas las épocas, con toda clase de seleccionadores, con cualquier estilo de juego, con todo el abecedario de futbolistas. Los fracasos han sido tan constantes que obligan a pensar en una sobrevaloración de los futbolistas españoles. Pero el pesimismo tiene límites. ¿Son peores los futbolistas españoles que los suecos, búlgaros, turcos o coreanos? En los últimos diez años estas selecciones han llegado a las semifinales de la Copa del Mundo, algo que no ha conseguido España desde 1950. Hablamos de futbolistas que representan con grandes garantías a sus equipos en las grandes competiciones europeos. El Valencia ganó hace un mes la Copa de la UEFA con Albelda, Baraja, Rufete, Angulo, Vicente y Mista en las posiciones que van del medio campo a la punta de la delantera. Todos son españoles. ¿Puede pensarse en ellos como garantía en la selección? No. Ni ellos, ni los demás. España no funciona en los grandes torneos. Esa es la realidad.
El asunto es intrigante. Cruyff dijo que los problemas tenían una raíz territorial. "No hay una España, hay muchas Españas", comentó hace algunos años. Otra tesis apunta a otra clase de tribalidad, la que configuran los clubes, cuyo éxito se enfrenta a las decepciones de la selección. La idea del crack ausente tampoco es descabellada. El fútbol español se asienta sobre una buena clase media de jugadores, pero nunca ha dispuesto de fenómenos mundiales. Hay teorías de todos los colores porque el misterio lo merece, el misterio de una selección que ha interiorizado su irrelevante condición en el mundo del fútbol. Se confirmó en Lisboa, donde todas las expectativas fueron traicionadas por la realidad de un equipo sin determinación, ni convicciones. Era la selección que quería la gente. Parecían unos jugadores cualquiera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.