El ángel exterminador
Carvalho, con un juego efectivo y exquisito, fue pieza clave en la eliminación de España y se confirma como uno de los mejores centrales de Europa
Mourinho lo miraba con desconfianza; Scolari no terminaba de imaginarle haciendo las cosas que se figuraba debía hacer un defensa ideal. Debe haber algo en Ricardo Carvalho que parece no encajar. Esos rasgos suaves, esa voz fina, esa sensibilidad y esa sonrisa hospitalaria no es lo que esperan los entrenadores de un central. Mourinho y Scolari lo debieron ver tan tímido, tan apocado, tan gentil, que la primera reacción que tuvieron fue no llamarle o poner a otro. En el Oporto, Mourinho hizo jugar a Jorge Costa. En la selección de Portugal, Scolari le dio el puesto a Couto. Ante la duda, recurrieron a los viejos camiones. Pero no por mucho. Contra Grecia, Portugal jugó con Couto y recibió dos goles. Contra Rusia y contra España, jugó con Carvalho y no encajó más. De hecho, si España está fuera de la Eurocopa, si Raúl no pudo recobrar su lucidez en los últimos metros, si Torres no mejoró su cotización y Morientes no logró hacer nada en Alvalade, parte de la culpa la tiene este hombre. Ese chico del norte brumoso que se parece a un ángel. El ángel exterminador.
Campeón de Europa con el Oporto, ha arrebatado a Couto la titularidad en la selección
Es veloz, se coloca bien y posee capacidad para anticiparse y sacar el balón bien jugado
Hubo una jugada en el partido contra España en la que todos los portugueses reconocieron a Carvalho autorretratándose. La defensa de Portugal tiró un fuera de juego pero el árbitro no pitó la posición irregular de Raúl, que se fue como un tiro hacia el balón. Andrade lo tenía más cerca y se giró para interceptarlo cuando Carvalho ya había puesto su pie en la pelota y controlaba la situación. La velocidad, la capacidad para anticiparse, para colocarse y para sacar el balón jugado, han hecho a Carvalho campeón de la Liga de Campeones y han ayudado a Portugal a no fracasar en el torneo que organiza.
Carvalho llegó al Oporto con 16 años. Procedía de Amarante, la ciudad en la que también nació Nuno Gomes. Hoy, con 26 años, sigue siendo la antítesis del jugador caprichoso. Tal vez un poco menos tímido que antes, pero igual de amable y afectuoso que cuando Octavio Machado, un ex técnico del Oporto, le quitó el brazalete de capitán al veterano Jorge Costa porque, dijo, "Carvalho es mejor". Costa no tardó en exiliarse en el fútbol inglés mientras Carvalho, que tenía 22 años y jugaba con Andrade en el centro de la defensa, progresaba entre altibajos. Era reacio a dar patadas, con sus 183 centímetros de altura iba muy bien por arriba y se colocaba siempre bien. Sólo a veces cometía errores espectaculares, como el que lo puso en la picota el día de su debú: cedió la pelota al portero y se la puso en bandeja a un delantero del Salgueiro.
"Puede que Carvalho y Andrade no sean los mejores defensas del mundo", dijo Machado; "pero son la mejor pareja de Europa". Hoy, Carvalho y el central del Deportivo forman la defensa que frenó el publicitado ataque español en Alvalade. Una defensa en la que no jugaba Fernando Couto, el central del Lazio, el capitán absoluto de Portugal, famoso por su fiereza y por su cara de chico bueno. Couto, exponente de la vieja guardia junto con Figo y Rui Costa, ha sentido el aliento del jugador que le retirará de la selección. Scolari no ha esperado más de un partido para dar entrada a su sucesor, Carvalho. Quizá se refería a eso cuando hablaba del noviazgo de siete años y el matrimonio de dos meses. "Es como el que duerme con su esposa por primera vez y descubre que es bien feíta", dijo el seleccionador. La esposa, al parecer, era Couto.
¿Quién recuerda un gesto violento de Carvalho? En el Oporto, equipo tumultuario donde los haya, se evocan las entradas de Costa y los golpes de Maniche y Costinha. De Carvalho no hay demasiadas noticias. Es de esos que pegan discreta y sabiamente. Sin alardes de virilidad. El hombre pertenece a esa raza de medios centros y defensas centrales que si dan una patada la dan en el punto exacto, como el mosquito que pica y vuela. Como Hierro, Pellegrino, Redondo, Costacurta o Samuel, los muchachos de las trincheras son los que saben el valor de un peine. Por eso esconden bajo la piel escamosa la humanidad de los médicos cirujanos, ángeles providenciales, seres amables de pulso sereno que prefieren pasar inadvertidos y nunca niegan su ayuda.
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