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Columna
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Mar de fondo

Eran las ocho de la tarde del lunes, 2 de junio. El viento soplaba del nordeste en las inmediaciones de las islas Sisargas, pero no tan fuerte como para considerarlo un temporal, las rachas apenas llegaban a los 60 kilómetros por hora. Poco antes el maquinista de O Bahía, Antonio Domínguez, había llamado por el móvil a su esposa. "Mañana llegaremos a Vigo", le dijo muy animado. Llevaba un mes y medio fuera de casa pescando anchoa en el País Vasco. Su mujer tuvo el tiempo justo de felicitarlo. Era su cumpleaños. 56 tacos cosidos a golpes de mar. Después oyó gritos y una especie de estruendo antes de que se cortase la comunicación. Ella trató de devolverle la llamada pero ya no había línea. Tampoco se preocupó demasiado. La telefonía móvil falla mucho en alta mar.

No es fácil determinar con exactitud lo que pasó. El barco era nuevo y estaba dotado de todas las medidas de seguridad. Además las olas no pasaban de los tres metros y todos los que estaban a bordo se las habían visto en marejadas mucho peores. ¿Entonces qué es lo que pudo ocurrir? "Se acucharó la popa", dicen algunos marineros con la seguridad de quien sabe bien de lo que habla. Según este diagnóstico una ola habría alcanzado de lleno la zona posterior del barco donde se hallaba agrupado el aparejo de pesca, obstaculizando el desagüe. El barco debió de escorarse de forma irremediable en cuestión de segundos. Si las cosas realmente ocurrieron así, ni siquiera debió de darles tiempo para entender lo que les venía encima.

Que el mar se cobre su precio en vidas humanas es algo asumido en toda la costa gallega desde Finisterre al Miño. Forma parte del trato. Eso es lo primero que aprenden estos hombres para quienes el documento que de verdad certifica su existencia no es el carné de identidad, como para el resto de los mortales, sino la cartilla de marinero. Muchos se suben al primer barco sin haber aprendido siquiera a nadar. El coraje se les da por supuesto y su medida es el patrón universal de los marineros y pescadores del mundo. Por eso al mar no se le exige tanto que preserve sus vidas como que devuelva los cuerpos.

En Galicia el culto a los muertos es ley. Hay una manera propia de relacionarse con ellos. Se les habla y se les sigue consultando los asuntos importantes, se les acerca a la tumba el periódico con los resultados de su equipo, a veces incluso se les compra un billete de autobús como en San Andrés de Teixido y se les guarda su lugar en la mesa. Son maneras de afrontar el misterio. "Que al menos tenga un sitio donde llevarle flores a mi nieto", fue el ruego que le hizo a la ministra, José Castro, abuelo del marinero más joven de la tripulación.

He seguido las tareas de rescate en contacto con un pequeño hotel de a Costa da Morte, donde permanecen alojados los familiares y algunos periodistas. A veces una no sabe hasta qué punto pertenece a un lugar hasta que se produce una situación como ésta, igual que sucedió durante la catástrofe del Prestige. También entonces O Bahía fue de los primeros barcos que salió a enfrentarse con la marea negra. Esta vez la falta de buques con sistemas de descompresión ha tenido que ser suplida por un equipo de buzos de Alicante, que se arriesgaron en las profundidades con medios que sólo permitían permanecer bajo el agua unos minutos. Pero la solidaridad humana no ha podido suplir la carencia histórica de inversiones. Una vez más la mar se ha convertido en una patria esquiva y trágica.

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