_
_
_
_
Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Torciendo el brazo a las palabras

Javier Vallejo

Hay un teatro industrial en el que el proceso de producción del espectáculo está tan medido como el ensamblaje de un Toyota en una cadena de montaje. En éste, como en el cine de Hollywood, el productor manda más que el director (y mil veces más que el autor, que suele ver su obra recortada hasta la hora y media de duración que reclaman tantos programadores). Al otro lado de una línea imaginaria hay un teatro de creación, artesanía pura, hecho sin tiempo y a deshoras. Ambos dan sus frutos, pero los verdaderamente raros suelen venir del segundo. Los espectáculos de humor gestual made in Spain más inquietantes y crueles de la última década son, precisamente, obra de dos grupos escasamente conocidos: uno, Los Los, porque sus tres autores-intérpretes se separaron a las primeras de cambio. Martí-Atanasiu, el otro, porque sólo ha dado a luz dos veces en diez años, y sus criaturas son de esas que, cuando les vas a hacer una cucamona, te arrean un cabezazo en el bajo vientre. Inuit, la segunda, ponía la risa en los huesos. Era un tesoro para buscadores, no un regalo de los que se encuentran en cualquier joyería.

Martí-Atanasiu son el catalán Xavier Martí y Christian Atanasiu, alemán de origen grecorrumano que a principios de los ochenta estudió pantomima en Barcelona con Pawel Rouba, actor de la compañía de Henryk Tomaszewski. Después de Inuit, la pareja se ha tomado varios años sabáticos. Ignoro qué andará haciendo Martí, pero en tanto vuelven a reunirse, Atanasiu talla miniaturas escénicas con Raquel Capdet, directora que les da barniz y acabado. No vi QUEmeexpliQUE!?, la primera de ellas, pero cacé al vuelo el estreno de la segunda en La Casa Encendida, hace dos meses: en El dOndedOndÓnde, lejos de profundizar en la comicidad negra y muda de Inuit, Atanasiu toma un camino particular que conduce a un paraje claro, iluminado con el humor naíf del clown y jalonado de trampantojos del lenguaje. El espectáculo, que comienza con la pantomima de un hombre-niño, náufrago en una chaqueta en la que cabrían holgados cinco como él, es el cuaderno de bitácora de un forastero que anota las sorpresas de su navegación por una lengua extraña. Atanasiu coge las palabras con guantes para no mancharlas, las examina con lupa, juega a seguir su sentido literal, las agita, las exprime y, si no sale jugo, baila las letras o pasa página. De su americana gigante dice que es "desastre", y realmente lo parece, pues le está manga por hombro. Luego, saca un pie por el hueco de la manga y, con la seguridad del profesor de español para extranjeros que ilustra con su propio cuerpo la lección de anatomía dice: "Mano".

Sobre un banquito desde el que intenta elevarse a la altura de un atril descomunal, el actor saca un folio en el que está escrito en letras grandes: "Palabra". Se le cae el papel y afirma: "He dejado caer una palabra". Intenta ver dónde fue a parar y explica: "Estoy buscando la palabra". Lo encuentra, se lo ofrece a un espectador ("le doy la palabra"), lo hace pedazos ("rompo mi palabra"), y así sucesivamente. Otro juego que da para mucho: Atanasiu, serio como él solo, dice "tos", y tose. Se lleva el puño hacia el pecho muy despacio, se golpea, y silabea: "Len-tos". Produce un sonido entre carraspeo y ronroneo y dice: "Ga-tos"... Luego lee un poema en el que introduce mil erratas para que el sentido original de la frase entre en contradicción con otro, parasitario y superpuesto: "Cuando era pequeño me caí en un gozo. ¡Qué gusto!". Hay hallazgos dadá junto a chistes de clown de circo periférico, pero casi todo resulta divertido porque el actor lo sujeta corporalmente: cuanto más serio se pone, más gracioso es. Sobran, porque quiebran el ritmo, el par de tijeretazos que le mete al espectáculo para ponerse a hablar de supuestas diferencias de criterio que tienen su directora y él. Entre lo muy bueno, el epílogo: El dOndedOndÓnde no acaba de acabar. Un final lleva al siguiente y, cuando parece que llegó el definitivo, todavía aguarda otro mejor. Hay que ver a Atanasiu clueco: no tiene nada que envidiar a René Auberjonois, a punto de levantar el vuelo, en Volar es para los pájaros (Brewster McCloud), la película más extraña de Robert Altman.

El dOndedOndÓnde. Santiago de Compostela. Sala Nasa. 25 y 26 de junio.

Christian Atanasiu, en tres imágenes de <i>&#39;El dOndedOndÓnde</i>&#39;.
Christian Atanasiu, en tres imágenes de 'El dOndedOndÓnde'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_