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Zapatero y el nacionalismo

"Castilla hizo a España y Castilla la deshizo", escribió Ortega. La verdad es, paréceme a mí, que mal se puede deshacer lo que nunca ha sido hecho. Que Séneca fuera español y encima, que sus ideas configuraran el espíritu nacional, nos parece hoy un puro dislate. Sobre todo a quienes, como a quien esto escribe, se guarecen ante eso que llaman espíritu nacional.

Castilla abortó la posibilidad teórica de un verdadero Estado y de una verdadera nación. (Nación es una cosa, espíritu nacional, otra). El mercantilismo y la Revolución Francesa nos pasaron por encima. No hubo centralismo sino autoritarismo y sin visión de Estado. El centralismo, que poco tiene que ver con el jacobinismo -dicho sea para quienes utilizan ambos términos como sinónimos-, es el elemento conciliador, a veces reconciliador, por medio del cual se forja, no un espíritu nacional, sino una corriente de solidaridad y empatía entre las tribus o pueblos deglutidos por el Estado. Hobbes y Rousseau, entre otros, hablaron del contrato social necesario para la supervivencia de la especie humana, con anterioridad sumida en perpetuo conflicto.

El centralismo es, así, una fase, un estadio del desarrollo del Estado nacional. En España fue una caricatura. Con ideas elementales, acabó produciendo a Franco. Luego vinieron Aznar y su grey. Por supuesto, Aznar no es Franco y el aznarismo no es el franquismo. Pero en un punto coinciden: en su incomprensión, en toda su profundidad, del caso español. No es que Aznar, no es que Rajoy y los suyos -Mayor Oreja sobre todo el resto- hayan obrado y obren de manera intencionadamente perversa. Es, sencillamente, que no llegan al fondo del problema, que su análisis es superficial; tal vez no se trata siquiera de incapacidad intelectual, sino de falta de lecturas. El señor Rajoy, lector confeso e inveterado de prensa deportiva, ¿conoce bien la historia del mercantilismo español y el rol del conde-duque de Olivares? ¿Conoce debidamente los avatares del erasmismo en España?

Pues así es como han creado más separatismo del que había en este lecho de desamor (con perdón) que era España cuando tomaron las riendas. Un Estado, una Constitución, tienen mal pronóstico sin ese milieu social de empatía arriba mencionado. Fruto de todo lo anterior, aquí nos queremos poco y mal; más españolismo del necesario y escaso hispanismo. Caldo de cultivo de un victimismo nacionalista que exagerará hasta extremos grotescos sus reivindicaciones. Carod Rovira sigue diciendo en voz alta que su objetivo es la independencia, con lo que le proporciona armas a la belicosa oposición encabezada por Rajoy. El dilema de Zapatero se irá así agudizando, pues aunque salga medianamente del embrollo, no será ésa la percepción popular, nutrida por un recelo histórico y estimulada por una tropa parlamentaria que no conoce la piedad y a quien nadie gana en astucia. Es de suponer que Carod Rovira no quiere sembrar dudas entre su feligresía, pero el precio a pagar puede ser muy alto: de nuevo su amado Partido Popular en la Moncloa.

Zapatero no es culpable del error secular de Castilla. En realidad, es obvio que quiere subsanarlo y restañar heridas. Pero es la hora del victimismo y lo seguirá siendo porque el agravio no ha hecho sino crecer, y paralelamente, los intereses económicos individuales en juego. Para demasiados, nacionalistas o no, la patria está para comérsela, real y/o figuradamente. Que se lo pregunten a Pujol y no me adentraré en tal senda. Sí que recordaré su funesta herencia, no sólo a causa de la ridícula fiereza identitaria y soberanista de su delfín, sino porque la ganadora oposición cree, con razón o sin ella, que no puede quedarse atrás en sus reivindicaciones. "Un ciudadano catalán no tiene más patria que Cataluña", gritaba Pujol a los cuatro vientos, para que le oyéramos todos. Demasiada inmigración española tiene su lado malo, declaraba, porque corrompe el espíritu nacional de Cataluña. Encontraba raíces catalanas en Carlomagno y ponía anuncios en la prensa europea, imagínense de qué índole. Maragall no utiliza ese lenguaje, pero su proyecto, que he leído, no es de corte federal, como dice, sino más bien confederal, el llamado "Estado fantasma", aunque algo menos fantasmal que el de Ibarretxe. Pedir el control de la inmigración en Cataluña, es lo que se dice vulgarmente una pasada. La vigilancia de las fronteras y el servicio de espionaje no es asunto que un Estado pueda permitirse el lujo de fragmentar; que me lo digan a mí, que emigré a dos países federales, Alemania primero y Estados Unidos después.

Es esa carencia de afecto que se ha ido gestando a lo largo de siglos de un remedo de Estado y de nación. La demanda de selecciones deportivas propias es muy reveladora de este déficit de apego sin el cual, repito, un Estado y una Constitución son cascarón vacío de contenido que el tiempo va disolviendo. Vascos y catalanes se identifican más con sus selecciones deportivas que con las correspondientes españolas y piden participar en las competiciones internacionales. ¿Serán los únicos? ¿No querrán otras autonomías seguir la pauta?

Mayoritariamente, no nos queremos (y del menor número habría mucho que divagar). Extraños en un mismo tren. No nos queremos a pesar de rasguños emocionales colectivos como el 11-M o el Prestige. Y como donde no hay harina todo es mohína, veo negro el futuro de Zapatero. Puedo equivocarme y quisiera, aunque sólo por mi descendencia directa. Hasta el PP, en la persona de Camps, se ha sacado de la manga un tripartito triautonómico, se ha hecho nacionalista y quiere llevar al Gobierno a los tribunales.

Puede Maragall perorar en favor de la curación de las heridas y de la España plural, multicultural y multinacional. Qué riqueza. Tanta que abruma negativamente, cansada de una retórica durante muchos años oída, a gentes que nunca se han sentido nación, porque no lo han sido y se les da una higa. Haga Zapatero una Constitución federal, copiando de aquí y de allá a los Estados federales, pero irremediablemente, sin alma. Consensúela si puede, que lo dudo. Si el invento no cuaja, envíelos a todos a hacer puñetas y dedíquese a otra cosa.

Entre tanto, los chicos de los institutos de aquí y de allá son tan intercambiables, que ni sus padres se apercibirían del cambiazo. Espíritu nacional.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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