Sacrificio y fertilidad
De lo arraigado de la imagen siniestra y sanguinaria de los pueblos del antiguo México en nuestro imaginario da fe el que uno de los momentos en que más expectación despertó con sus explicaciones el comisario mexicano Enrique Serrano durante el recorrido fue al hablar de la estatua de sacerdote de Cempoala cubierto con la piel de un sacrificado. "Es una pieza escalofriante pero maravillosa", dijo, y aprovechó para narrar la historia que, evocó, le horrorizaba de escolar, del padre que entrega a su hija a los mexicanos para una boda real y cuando tras los esponsales la ve avanzar hacia él, algo cambiada, es cierto, observa con espanto que se trata de un sacerdote revestido con la piel de la chica, casada ceremonialmente -vía sacrificio- con Xipe Totec, dios del renacimiento.
La escultura, realmente pesadillesca, con el pellejo humano cosido a lo Hannibal Lecter sobre el cuerpo del oficiante y la mano del sacrificado colgando sobre la del primero, se muestra en la exposición junto a una máscara tarasca de cobre y plata, de Michoacán, que también reproduce a un desollado. Ésas son cosas que, pese al éxito de la exposición en mostrar la dimensión humana, crean un poquito de distancia.
Muchos de los que disfrutaban ayer jocosamente en el ámbito de la fertilidad, con sus pétreos bosques de falos enhiestos -"evocan el proceso de crecimiento y eyaculación"- y animadas parejitas amorosas, acaso ignoraban la festividad de culto de Tezcatlipoca, deidad bélica y masculina, del mes de Tóxcatl. Se tomaba a un joven que durante un año representaba felizmente al ser divino -lúbrico como un coyote (animal especialmente lascivo en la cosmogonía mexicana)- y se le dejaba retozar con cuatro jovencitas, sus esposas divinas, y vivir como un dios, y nunca mejor dicho. Pero luego se le sacrificaba por todo lo alto (en la plataforma del alto templo), extrayéndole el corazón.
Jugadores de pelota
Con todas estas historias, aún resulta más extraordinario el efecto de cercanía y atrayente humanidad que tanto seduce en la exposición. Ya se trate de sacrificados, de fornidos jugadores de pelota (el sagrado ritual mexicano), de personajes grotescos (hay varios con diferentes deformidades -uno luce como pústulas frutos de peyote-, prisioneros con poco futuro, embarazadas, parturientas, baby face olmecas o incluso dioses), todos presentan una fuerte carga individual, un rostro humano. En algunas esculturas esta sensación de reconocimiento es chocantemente fuerte como en una cabeza zapoteca con el cuello ladeado que parece apelar directamente al visitante.
La humanización del arte mexicano precolombino es uno de los retos, precisamente, que se ha planteado la exposición, según explicó ayer Sergio Raúl Arroyo, que recordó cómo Octavio Paz ya hizo ver el guadianesco recorrido que han debido seguir las obras del antiguo México hasta su reconocimiento.
Babelia
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