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Columna
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Corpus

Algunos creen que el cuerpo de Jesucristo está presente en la hostia consagrada. Y que el vinito dulce se convierte en sangre. A los monaguillos nos gustaban los curas abstemios, que apenas vertían vino en el cáliz y que dejaban las vinajeras prácticamente intactas: las apurábamos con deleite. Una vez al año la Iglesia católica celebra un acto de afirmación de esta creencia. El jueves pasado algunas personas celebraron en Sevilla, en Granada y en otras provincias la llamada Fiesta del Corpus.

La discusión que este periódico rescataba ayer era la de si los concejales de un Ayuntamiento -el de Sevilla, el de Granada, cuyos festejos son los más vistosos- hacen lo correcto vistiéndose de chaqué, poniéndose el fajín, enfundándose los guantes grises (o sujetándolos en la mano), colgándose la medalla capitular y participando en estos ritos religiosos no a título particular (cada uno hace lo que quiere), sino como representantes que son de todos los ciudadanos. Da un poco de vergüenza entrar en este debate; uno pensaba que la cosa estaba resuelta, y que si los concejales del Ayuntamiento de Sevilla y de Granada se disfrazaban de pingüinos para asistir como representantes de los ciudadanos a esta pintoresca manifestación era a causa de esa irrefrenable atracción por la caspa que caracteriza a muchos políticos andaluces de izquierdas y de derechas.

Pero resulta que no, que detrás de esta asistencia oficial a las procesiones no hay sólo un soberano desprecio por la ley y una desvergonzada falta de respeto por sus electores. Resulta que hay aparato teórico. Un concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla escribió ayer un artículo, que podría haber sido firmado por muchos socialistas, en el que acusaba a quienes piden que se respete la ley de "imponer" una "laicidad radical", ya que "la Constitución española no impide la participación de ningún poder público en ceremonias religiosas de este tipo".

O el concejal se burla de nosotros o no ha entendido nada. Efectivamente, la Constitución no prohíbe explícitamente que un concejal de Sevilla participe en una procesión del Corpus ni que un alcalde de El Ejido peregrine hasta La Meca para purgar sus muchos pecados. Como sabe el concejal, las constituciones no están para eso. Lo que sí dice, y bien claro, es que el Estado español es laico. Ni moderadamente laico, ni radicalmente laico. Laico. ¿Y eso por qué? ¿Porque fue redactada por un puñado de polemistas radicales dispuestos a impedir que los concejales de Sevilla asistieran a las procesiones del Corpus? Exactamente por lo contrario. Para garantizar que cada cual rezase a quien quisiera. El laicismo, radical o moderado (no sé cuál es la diferencia), es la única manera de proteger a todas las religiones. Y una imprescindible medida de higiene: cuando las iglesias y los estados se unen engendran siempre monstruosidades como la Santa Inquisición o los santos talibanes.

Si alguien impone algo no son quienes defienden este espíritu profundamente respetuoso con todas las creencias, sino aquellos que, ignorando la ley y despreciando a los que no piensan como ellos, utilizan su cargo para favorecer a una de ellas.

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