_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Viva la bola

Una bola es un balón, una pelota, una esfera, un mundo. Hace 40 años, el 21 de junio de 1964, se vivió en Madrid una jornada que ha pasado a los anales de la épica esferoidal española. Estadio Santiago Bernabéu. Final europea entre España y Rusia. Franco accede, tras impresentables negociaciones (al generalísimo se la traían floja tanto Dios como el balompié), a enfrentarse con el comunismo, por pelotas, en la capital de nuestra patria. En tamaño contexto, infinidad de españoles estaban entre la espada y la pared: deseaban humillar al tirano y su sistema, pero no querían aumentar más melancolía patria. Entonces va Marcelino, endiña un genial cabezazo y deja rendido y humillado al ejército rojo. Cronistas lameculos de la época aseguraron que Agustina de Aragón salió en rulos de su tumba a cañonazo limpio. Hasta entonces había dos Marcelinos oficiales: Menéndez y Pelayo y Marcelino Pan y Vino (Pablito Calvo, protagonista del filme, murió hace unos años; fue comunista y entrañable). Otro Marcelino muy conocido, Camacho, es algo posterior e igualmente respetable.

Cuando esto escribo, ignoro lo que pasó anoche con Rusia y España. Pero los sesentones podemos permitirnos el lujo de ser visionarios y algo chulos: o hemos perdido, o hemos ganado, o hemos empatado. Y a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Ahí radica el secreto de cualquier desatino razonable.

Para la juventud y los desmemoriados, pongámonos en el contexto de aquel 1964: los Beatles publican She loves you; la guerra de Vietnam se encrespa; Paco Ibáñez edita Lorca y Góngora, con grabados de Dalí; Al vent, la canción insignia de Raimon, emociona a la resistencia franquista; el Concilio Vaticano II está en su esplendor; nace Mafalda; Mao Tse Tung se empeña en la revolución cultural. Al mismo tiempo, lo que más suena en España es una bonita canción que lleva por título Con un sorbito de champán.

A lo mejor es que el mundo es una bola, una mentira, y nosotros un sueño. De rebote, revota hoy. Dale a la bola.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_