Viva la bola
Una bola es un balón, una pelota, una esfera, un mundo. Hace 40 años, el 21 de junio de 1964, se vivió en Madrid una jornada que ha pasado a los anales de la épica esferoidal española. Estadio Santiago Bernabéu. Final europea entre España y Rusia. Franco accede, tras impresentables negociaciones (al generalísimo se la traían floja tanto Dios como el balompié), a enfrentarse con el comunismo, por pelotas, en la capital de nuestra patria. En tamaño contexto, infinidad de españoles estaban entre la espada y la pared: deseaban humillar al tirano y su sistema, pero no querían aumentar más melancolía patria. Entonces va Marcelino, endiña un genial cabezazo y deja rendido y humillado al ejército rojo. Cronistas lameculos de la época aseguraron que Agustina de Aragón salió en rulos de su tumba a cañonazo limpio. Hasta entonces había dos Marcelinos oficiales: Menéndez y Pelayo y Marcelino Pan y Vino (Pablito Calvo, protagonista del filme, murió hace unos años; fue comunista y entrañable). Otro Marcelino muy conocido, Camacho, es algo posterior e igualmente respetable.
Cuando esto escribo, ignoro lo que pasó anoche con Rusia y España. Pero los sesentones podemos permitirnos el lujo de ser visionarios y algo chulos: o hemos perdido, o hemos ganado, o hemos empatado. Y a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Ahí radica el secreto de cualquier desatino razonable.
Para la juventud y los desmemoriados, pongámonos en el contexto de aquel 1964: los Beatles publican She loves you; la guerra de Vietnam se encrespa; Paco Ibáñez edita Lorca y Góngora, con grabados de Dalí; Al vent, la canción insignia de Raimon, emociona a la resistencia franquista; el Concilio Vaticano II está en su esplendor; nace Mafalda; Mao Tse Tung se empeña en la revolución cultural. Al mismo tiempo, lo que más suena en España es una bonita canción que lleva por título Con un sorbito de champán.
A lo mejor es que el mundo es una bola, una mentira, y nosotros un sueño. De rebote, revota hoy. Dale a la bola.
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